La buena vejez
“El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”, escribió Gabriel García Márquez. Sus palabras parecen ser una excelente descripción de la situación de aislamiento social que viven muchas personas mayores.
Ellas experimentan el dolor de la soledad en una etapa de la vida donde, muchas veces, ese “pacto honrado” no es precisamente voluntario ni sinónimo de buena vejez.
Cada cierto tiempo vemos casos noticiosos sobre personas mayores en graves situaciones de abandono, sobre todo en aquellos que han superado los 80 años. Una de las principales razones es que la modernidad ha traído aparejada a nuestra sociedad una apología al individualismo, donde las relaciones interpersonales se debilitan para dar paso a una vida solitaria, lo cual afecta no sólo a los adultos mayores, sino a todas las edades, en especial en las grandes urbes.
En la vejez se produce, de manera natural, una disminución de las capacidades físicas y psíquicas, sumado a pérdidas biológicas y familiares, lo cual afecta directamente a la integración social y, por consiguiente, al bienestar emocional de nuestros adultos mayores.
Esta circunstancia de desesperanza se vuelve especialmente grave al constatar que las personas mayores de 80 años presentan la tasa más alta de suicidio, llegando a un 17,7 de suicidios por cada 100 mil habitantes.
La respuesta a este problema multidimensional debe ser abordado por diferentes disciplinas. En este sentido, la contribución jurídica más importante del último tiempo a esta cruda realidad es la ratificación de Chile de la “Convención interamericana de protección de los derechos humanos de las personas mayores”, documento que contempla al abandono como “La falta de acción deliberada o no para atender de manera integral las necesidades de una persona mayor que ponga en peligro su vida o su integridad física, psíquica o moral”.
Este instrumento considera, además, en su artículo 8vo, el único camino, a mi juicio, para combatir este duro flagelo que afecta a los mayores: el derecho a la participación e integración comunitaria. Esta participación debe ser activa, productiva, plena y efectiva dentro de la familia, la comunidad y la sociedad.
La soledad es una condición difícil de admitir. Por ello, el reforzamiento de los lazos familiares y la integración de los mayores a grupos sociales, como clubes, asociaciones y actividades donde se interactúa con personas en su misma situación y también el contacto intergeneracional, permiten fortalecer la solidaridad y el apoyo mutuo, lo cual contribuye a combatirla. Parafraseando al protagonista de la película “In to the wild” y en respuesta a García Márquez, podría concluir que “la felicidad sólo es real cuando es compartida”. Ahí está la buena vejez.