Podemos agregar a las dificultades que el amor entraña otra arista, que se suma al yo divinizado y al amor glorificado, ya examinados. En efecto, apreciamos otra dificultad fácilmente identificable, que se desprende, en cierto sentido, de las ya vistas. La podemos  denominar como un amor que cree ver al otro, pero sólo es una proyección de sí mismo. Es una especie de frustración en la entrega de sí  lo que lo caracteriza, puesto que cree ver y amar al otro, pero sólo se ve y se ama a sí mismo. Lewis fustiga esta tara con innumerables ejemplos a  lo largo de su obra. Algunos de ellos los iremos analizando. La principal deficiencia de este tipo de vacío  amoroso, es su hipocresía y engaño. Tiene mucho de divinización de su objeto y es un yo glorificado, pero con su propia connotación, que es dar un amor proyectado para sí mismo. Es el ego autoengañado que se cree alojado en el amor, cuando solo se está amando a sí mismo. Lewis hace radicar una de las causas de este defecto en el instinto, que siempre pretende imponer algo propio, impidiendo u obstaculizando la entrega. Este sometimiento del otro implica una lucha consigo mismo para poder superarlo. Es fácil autoengañarnos creyendo que amamos, cuando lo que estamos haciendo, es una prolongación de nuestro propio yo.  Es la persona, que debiera sentirse amada plenamente, pero es impedida en este gozo por la coacción resultante, por ejemplo, un padre que está feliz de los estudios de su hijo mayor,  sin considerar que la carrera fue elegida por él y no por la voluntad de su primogénito. También una madre afanosa y asfixiante se adecua a esta impronta. Imponer, avasallar, manipular son los verbos que reemplazan al amor cuando  se cubre con esta particularidad. (1)

Lewis  lo demuestra de la siguiente forma:

“…la finalidad recta de dar es poner a quién recibe en una condición tal donde ya no necesite nuestro don. Alimentamos a niños para que pronto sean capaces de alimentarse por sí mismos, les enseñamos para que pronto no necesiten nuestras enseñanzas. Así, este Amor Don tiene una dura tarea que cumplir: debe esforzarse en que se renuncie a él. Nuestra meta debe ser hacernos superfluos; el momento en que podemos decir “Ya no me necesitan”, debiera ser nuestra recompensa, pero el instinto, simplemente por su naturaleza es incapaz de cumplir esta ley. El instinto desea el bien de su objeto, pero no simplemente su bien; sólo desea el bien que él mismo puede dar. Un amor mucho más elevado-un amor que desea para el objeto el bien en tanto tal, sin importar la fuente de donde provenga- debe hacerse presente y ayudar o someter al instinto para que éste pueda abdicar de su lugar”. (2)

La renuncia al egoísmo y la destrucción de una egolatría pseudo divinizada, son  la base fundamental que construye todo amor; no es fácil, puede confundirse, mucha gente cree que ama, pero en verdad asfixia. La preocupación desmedida por el otro, sin dejarle elecciones o iniciativas, sin darle un espacio propio, constituye una fatalidad. Puede existir una ingenua creencia de que se está amando de verdad, pero, en realidad, los otros pasan a ser solo una proyección de ese amor desvirtuado. Por ejemplo, la distorsión del cariño, cuando ejerce una  preocupación angustiante por los detalles de los suyos. La infelicidad será el nefasto corolario de estas actitudes. Se ve a los otros, con un prisma titiritero, manipulador y enajenante. Esto va  anulando la existencia realmente otra,  que los demás poseen.

_________________________________________________________________________

(1) Cfr. LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile. 2001. pp. 63-64

(2) LEWIS C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile. 200. pp. 61-62-63