Columna de opinión de Valeria Pérez de Arce, académica de Enferméria UST Viña del Mar.

«Como es de conocimiento público, a nivel mundial la población está envejeciendo, principalmente a causa de la disminución de la natalidad y al aumento de la esperanza de vida. A mediados del siglo pasado, donde la tasa de fecundidad era cercana a cinco hijos por mujer, el cuidado de los adultos mayores recaía principalmente en la familia. Una familia grande permitía redes de apoyo más amplias, los hijos podían turnarse para el cuidado de sus padres y socialmente era bien visto “vivir con el abuelo”.

A medida que avanzó el siglo XX, la mortalidad y la tasa de fecundidad disminuyeron generando una población cada vez más envejecida, con familias más pequeñas y menos redes de apoyo. Por este motivo surgieron los “hogares de ancianos”, creados principalmente por órdenes religiosas, aunque en una segunda etapa también los hubo sostenidos por particulares

Hoy el índice de fecundidad está alrededor de 1,5 hijos por mujer y la población adulta mayor ha crecido hasta alcanzar cerca de un 11% de la población general. Otra característica es que la mayoría de la población adulta trabaja y los adultos mayores que requieren de acompañamiento o cuidados deben quedarse solos. Y si observamos la prevalencia de adultos mayores hospitalizados, un alto porcentaje se encuentra con algún grado de dependencia y requiere de ayuda para la satisfacción de sus necesidades básicas. Lamentablemente, una cifra muy significativa mantiene unas muy precarias o nulas redes de apoyo.

En resumen, se ha generado una necesidad de externalizar el cuidado que antes descansaba en la familia. Para asumir este problema se crearon los CEDIAM (centros diurnos para el cuidado del adulto mayor) y los ELEAM (establecimientos de larga estadía del adulto mayor), pero ¿es una solución integral del problema?, ¿pueden todas las familias recurrir a estos centros? »

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