Terrorismo y el valor de la vida

El pasado 14 de julio, cuando cientos de franceses y turistas de todo el mundo celebraban en Niza la Toma de la Bastilla, un nuevo ataque terrorista. Decenas de muertos y heridos, de todas las edades, nacionalidades y clases sociales. El atentado de la llamada Costa Azul, afecta y daña las almas de todos por igual.

En países como el nuestro, alejado del mundo cosmopolita y vertiginoso, resulta difícil entender el por qué y para qué de estos actos, de las muertes de inocentes. Todo esto, resulta incomprensible para quienes tenemos como principio irreductible el valor de la vida.

A la luz de los hechos, resulta claro que todos valoramos de distintas maneras la vida. Cabe entonces preguntarse si ¿la naturaleza humana es conflictiva y violenta? Luego de la seguidilla de atentados terroristas o de las dificultades que deben enfrentar los inmigrantes e incluso del flagelo de la droga, cualquiera podría responder que sí, pues somos incapaces de convivir sin intentar invalidar y destruir a nuestros semejantes.

Personalmente, creo que es un error ya que en ello nos jugaríamos una especie de determinismo al mal y a la anulación de la libertad, sin dejar espacio posible al cambio y con ello, a la superación o perfeccionamiento de nuestra especie.

Entonces, ¿por qué ocurren hechos como los que hemos visto ya de manera habitual? Primero, es necesario comprender que la libertad nos da la posibilidad de elegir frente muchas opciones e identificar si son todas viables y adecuadas para mí o los otros.

Por lo tanto, ¿podría elegir eliminar a alguien porque piensa o actúa distinto a mí? Si la vida humana es considerada sólo como un medio, y esto está instalado ideológica y emocionalmente, se podrá disponer de ella como plazca, incluso sobre la de otros. Por el contrario, si se piensa y siente que la vida es un fin en sí mismo, se tomarán los resguardos para cuidarla y respetarla.

Para los victimarios de Estado Islámico, sólo posee un valor instrumental, lo que es frecuente en ideologías y fracciones seudoreligiosas que postulan de manera alternativa, una forma de entender el llamado interior, donde pareciera que aquellos dañados emocionalmente, desconformes o en búsqueda serían presa fácil, pues les garantizan la trascendencia, una recompensa insuperable en el plano no terrenal y ante eso ¿quién podría negarse? Según creo, muy pocos.

El adoctrinamiento basado en desconformidades y debilidades personales termina siempre por erguirse como la única respuesta posible a las dudas existenciales que como sociedad no hemos sabido anticipar, canalizar ni trabajar.

¿Qué hacer entonces? Rehumanizarnos, no generalizar y asignar este tipo de hechos a una confesión en particular; entender que el deseo de justicia, que si bien es necesario, es posterior al valor de la vida humana y que sólo quienes asuman un rol más en torno al bien común, trazarán puentes y lazos de amistad por sobre cualquier ideología.