Salud mental y desarrollo: ¿hacia dónde vamos?
Hace más de dos décadas recuerdo haber escuchado que a medida que se vaciaban las iglesias y los confesionarios, se llenaban las consultas de los psiquiatras. Aquella idea llamó profundamente mi atención no sólo porque hablaba del importante papel de contención emocional y apoyo que ha jugado tradicionalmente la fe y la religión en momentos de dificultad o del creciente proceso de secularización que se vive en Occidente, especialmente en nuestro país; sino también del aumento sostenido de trastornos y consultas psiquiátricas, quizás como consecuencia indeseada de una vida moderna sobre exigida, acelerada y altamente competitiva.
Parece ser que este es uno de los costos colaterales que tenemos que pagar de nuestro modelo de desarrollo. De hecho, según distintas fuentes, Chile es un país con altas tasas de enfermedades mentales por sobre casi todos los otros miembros de la OCDE. Por ejemplo, un estudio del año 2002 revela que el 36% de la población adulta mayor de 15 años tendrá un desorden psiquiátrico a lo largo de su vida y un 22% lo ha tenido durante los últimos 6 meses.
De hecho, el suicidio en personas entre 20 y 44 años es la segunda causa de muerte en nuestro país, sólo por detrás de los accidentes automovilísticos, concentrando casi el 13% de las defunciones.
Todos ellos, síntomas y datos ciertamente preocupantes. Incluso, me atrevería a decir, sin temor a equivocarme, que todos conocemos a alguien, tenemos algún familiar o amigo que sufre (en el sentido literal del término) algún tipo de trastorno mental, llámese depresión, bipolaridad, adicciones, etc. Cuestión que la mayoría de las veces es ocultada y motivo de vergüenza.
Tan importante es este problema que el Plan Auge ha ido incorporando progresivamente distintas patologías de salud mental. Sin embargo, como apuntan distintos especialistas, la salud mental sigue siendo el pariente pobre del presupuesto general de salud.
Entonces, la pregunta a realizar podría ser, ¿a qué se debe el aumento de consultas de este tipo de trastornos?, o bien ¿qué podemos hacer para frenar lo que parece ser una epidemia común de la vida contemporánea?
Pues bien, como no soy especialista en el tema, las respuestas que se me ocurren están ligadas al sentido común, más que otra cosa, y ellas apuntan a que quizás tengamos que aprender de la experiencia y sabiduría de nuestros abuelos. Una vida sencilla centrada en lo verdaderamente importante: la familia y los amigos, así como el optimismo y la confianza de nuestra alma trascendente.