¿Perdimos la brújula con nuestros adolescentes?
Desde hace un tiempo observo a jóvenes que parecen mirar con desinterés la cotidianeidad, que hablan con tono de indiferencia o desprecio, pero que, paradójicamente, siguen atentos y buscando un referente que les sirva de guía. ¿Cómo se entiende esta contradicción?
Son las nuevas generaciones, aquellas que han tenido que aprender a lidiar con sus problemas por sí mismas. Generaciones en las que los padres, muchas veces marcados por sus propias fragilidades emocionales, no logran contenerlos o darles seguridad.
Al observar a estos adolescentes, jóvenes de 13 a 16 años, escucho en sus palabras un grito desesperado por predictibilidad, seguridad, contención y, sobre todo, la búsqueda de alguien que pueda cuidarlos de verdad, y no ser un bombardeo de mentiras, discursos vacíos y una preocupante falta de empatía.
Nos hemos perdido en la idea errónea de que «ser amigos» de nuestros hijos es la clave para una relación sana, olvidando que la cercanía no implica permitirlo todo sin formar y educar. La tolerancia absoluta, cuando relativiza valores y principios fundamentales, se convierte en un vacío de significado. Hemos caído en la trampa de creer que la permisividad es sinónimo de comprensión.
Observamos que los jóvenes, se ven enfrentados a discursos de figuras públicas nacionales y mundiales que representan, en muchos aspectos, un modelo de adultez distorsionada. Son adultos que creen que la retórica puede cambiar realidades, que desprecian la inteligencia de los demás y que simulan posturas de respeto e igualdad cuando, en el fondo, solo buscan su propio beneficio.
Es momento de repensar lo que significa ser adultos. Dejemos de ser una caricatura para las nuevas generaciones y volvamos a ser los referentes coherentes, seguros y auténticos que ellos necesitan.
Ps. Gabriela Capurro Ríos
Académica Universidad Santo Tomás.