Nunca dejes de pensar en las personas… Tampoco en tu persona
Nadie de nosotros puede dudar que el mundo está lleno de cosas. Cosas que compramos, cosas que vendemos, cosas que regalamos, cosas que perdemos, cosas que ocultamos, cosas que codiciamos, cosas que nos han arrebatado. Qué duda cabe. Nacimos y morimos en medio de cosas. De hecho, dejando fuera las extraordinarias vidas “heroicas” que conocemos a lo largo de la historia, el plan de vida existencial común de la mayoría de nosotros traza la pretensión necesaria de “tener” cosas. Aquello es, evidentemente, natural. Estamos anclados a la subsistencia, al mundo de las cosas.
Si bien es cierto, las cosas son un medio para la subsistencia, actualmente, éstas se han transformado en un fin, eje central de nuestros propósitos existenciales. Las cosas, aparentemente, nos “entre-tienen”, es decir, las cosas nos “tienen entre” ellas mismas. El progreso industrial de la modernidad ha sido tan exitoso, que en esta época las cosas abundan y, con ello, evidentemente, abunda la entretención y, consecuentemente, la distracción. La distracción es nuestro problema. Las cosas nos deslumbran y junto a este resplandor se esconde lo fundamental. Para desvelar lo fundamental, es necesario pensar.
Quien destinó su vida a pensar lo fundamental para su época y, por supuesto, con total resonancia para la nuestra, fue Tomás de Aquino (1224-1274), gran teólogo y filósofo. Un ejemplo de su fructífero pensar es la reflexión acerca del concepto persona, herencia para la modernidad que se materializa en el núcleo sustantivo de nuestros Derechos Humanos. Prescindir de esta concepción cristiana desmantelaría, por completo, aquel principio básico de la moral occidental, a saber, el reconocimiento del otro por su dignidad. No somos cosas, somos más que eso. Somos personas. Comenzar a comprender este enunciado trae consigo entender la radical diferencia entre algo (Cosa) y alguien (Persona). Tal diferencia se sostiene por la dignidad que nos constituye como persona humana. Ello explica el valor en sí mismo de la persona, en otras palabras, la persona, en cuanto tal, no es un medio, es un fin.
Así como es importante entender que las personas no somos objetos, también es importante entender que cada uno de nosotros es responsable, a su vez, de no serlo. En ello también consiste la dignidad. Precisamente, ser dueño de nosotros mismos, ser responsable de nuestros actos es la doble cara de la moneda. Hay que exigir el respeto a nuestra persona siempre, pero también es necesario ser responsable de ella. En este dominio de sí mismos cada acción que elegimos por nuestra propia voluntad en la vida diaria va configurando en nosotros un rostro propio, singular y único. Esto nos hace ser irrepetibles en la historia de la humanidad.
Exige respeto por tu persona, pero también sé responsable de ella.