El Mito de los Nativos Digitales
Marc Prensky en el año 2001 acuñó el concepto de “nativo digital” para referirse a la generación de estudiantes que han crecido inmersos y en constante contacto con las tecnologías digitales.
Este contacto con las tecnologías digitales, no sólo habría modificado la forma en que piensan y procesan la información, sino que además muy probablemente también ha producido cambios neuroanatómicos (Prensky, 2001). Estos jóvenes hablarían el idioma digital, de los videojuegos y de Internet, prácticamente desde su nacimiento.
¿Qué es lo que caracterizaría a los nativos digitales? En la misma publicación, Prensky nos lo aclara:
- Quieren recibir la información de forma ágil e inmediata.
- Se sienten atraídos por multitareas y procesos paralelos.
- Prefieren los gráficos a los textos.
- Se inclinan por los accesos al azar (desde hipertextos).
- Funcionan mejor y rinden más cuando trabajan en Red.
- Tienen la conciencia de que van progresando, lo cual les reporta satisfacción y recompensa inmediatas.
- Prefieren instruirse de forma lúdica a embarcarse en el rigor del trabajo tradicional.
Hoy en día diferentes conceptos se han instalado como sinónimos de nativo digital. Es así como para referirse a esta generación escuchamos hablar de la Generación N, Generación Y, Generación Z, Centenialls, Millennials entre otros.
Sin embargo, diversos estudios y encuestas han ido demostrando que los supuestos sobre las características de esta generación, y en los cuales se sustenta el concepto de nativo digital no tienen mucho que ver con la realidad.
Nadie puede dudar del uso masivo que hacen de la tecnología hoy niños, niñas y jóvenes. Según los resultados del último SIMCE TIC realizado en nuestro país el año 2013, el 88,8% de los estudiantes declaraba contar con un computador en su hogar, 76,1% tenía conexión a Internet y el 50% declara conectarse a redes sociales diariamente (MINEDUC, 2014). Sin embargo, es en el uso donde se evidencia brechas importantes producto de las diferencias culturales, económicas y sociales de los estudiantes. En la literatura, se ha denominado a estas diferencias como “brecha digital de segundo orden”, en tanto la segunda brecha se vincula al conocimiento y a los usos en relación a las TIC (Rivoir, 2010; Proenza, 2012). En nuestro país, el SIMCE TIC del año 2013 mostró que sólo un 1,8% de los estudiantes evaluados mostraba un nivel avanzado en el uso de TIC, es decir eran capaces de integrar, evaluar y reestructurar información incorporando sus propias ideas, evidenciaban usos de funcionalidades avanzadas de las herramientas de productividad más comunes e identificaban riesgos en Internet y consecuencias de la realización de actividades ilegales.
Varios estudios nos muestran que esta nueva generación de niños, niñas y jóvenes poseen importantes vacíos de conocimientos y habilidades relacionadas con el uso de las TIC y suelen sobreestimar sus propias competencias digitales (Collin & Lloret, 2016). En el mismo SIMCE TIC el 70% de los estudiantes evaluados manifestaron el interés y necesidad de aumentar su manejo de TIC.
En el mismo sentido, es evidente el desconocimiento sobre aspectos de la seguridad, confidencialidad y ética en Internet que muestra esta generación (Necuzzi, 2013). Esto permite afirmar que “la simple exposición y utilización de las tecnologías no es suficiente para asegurar a todos competencias digitales sólidas” (Collin & Lloret, 2016).
Existe la creencia de que por ser nativos digitales y hacer un uso masivo de TIC, hay una predisposición natural para emplear estos recursos en los procesos de aprendizaje, y si bien los estudiantes manifiestan en un porcentaje importante utilizar las TIC para estudiar, esto se limita casi exclusivamente a la búsqueda de información o la preparación de presentaciones y documentos para responder a trabajos y/o tareas, y no hay un uso estratégico que apunte al desarrollo de habilidades cognitivas, colaborativas o creativas, no observándose una transferencia entre los usos que hacen de la tecnología fuera del aula a los esperables dentro de un contexto formativo como podría ser la escuela o la universidad.
Es por ello que si bien esta generación de niños, niñas y jóvenes ha crecido rodeada de dispositivos e Internet y tiene una experiencia muy diferente en el uso de la tecnología respecto de los adultos, también la experiencia y usos que realizan son diferentes en la misma generación, ya que han crecido con experiencias radicalmente diferentes respecto de la tecnología. De ahí que ya no se habla de nativos digitales de manera generalizada sino que se habla de “huérfanos digitales”, que corresponde a los que han crecido con una gran cantidad de acceso tecnológico, pero con muy poca guía; los “exiliados digitales”, que han sido criados con una interacción mínima con las pantallas, y los “herederos digitales”, que tienen habilidades tecnológicas impresionantes gracias a la guía de sus padres (Samuel, 2017).
Como institución formadora de futuras generaciones de profesionales, es importante considerar la nivelación y promoción de la alfabetización y el desarrollo de competencias digitales en nuestros estudiantes, tanto desde una perspectiva general, como desde la disciplina, articulando estratégicamente el proceso formativo con el mundo productivo y laboral. Para ello se requiere no sólo de la infraestructura y el equipamiento adecuado, sino que principalmente permitir a los estudiantes adaptar a su disponibilidad el formato de la formación que recibe (e-learning, b-learning, presencial); proporcionar a los estudiantes un acceso a recursos de alta calidad para convertirlos en gestores de sus propios aprendizajes; crear redes de aprendizaje para favorecer la colaboración, la resolución de problemas y la co-construcción del conocimiento; identificar y proporcionar apoyos de manera oportuna y específica a los estudiantes; y diversificar las prácticas docentes en las aulas incorporando la tecnología como un recurso que permite favorecer en los estudiantes el aprender a aprender y el desarrollo de habilidades para obtener éxito en el mundo laboral.
Uno de los grandes desafíos para las instituciones formadoras es convertir sus aulas del siglo XIX, con profesores del siglo XX y estudiantes del siglo XXI, en espacios productivos y atractivos para todos, donde se ofrecen ambientes y experiencias de aprendizaje diversas y enriquecedoras que despiertan en ellos la curiosidad y el interés por aprender e investigar, junto con desarrollar las competencias tecnológicas que les permitan realmente convertirse en nativos digitales en un mundo y sociedad altamente tecnologizada.