La solidaridad: Una tarea irrenunciable
Alberto Hurtado Cruchaga (1901-1952), jesuita chileno es, sin lugar a duda, un referente indiscutible para reflexionar acerca de la solidaridad. Una de sus expresiones más célebres que nos acerca al significado de la solidaridad es “Dar hasta que te duela”. Se trata de donar lo mejor que tenemos de nosotros mismos a otro. El otro es una persona con el rostro del mismo Cristo. Servir a otro es, en consecuencia, servir al Señor Jesús.
Otra cara de la moneda es entender la solidaridad, también, como reciprocidad. Es decir, significa que “dar” no sólo es un gesto unidireccional. No se trata tan sólo de dar y recibir. La solidaridad no se reduce a una mera relación entre un agente activo que da y un paciente pasivo que sólo recibe. Ambos actores tienen la misma dignidad y el deber de ayudarse mutuamente. Ambos son cómplices en el gesto humano de “dar”.
A partir de lo dicho, la solidaridad puede ser entendida como una especie de comunicación. Análogamente, es una acción muy parecida al “esfuerzo” cotidiano que cada uno de nosotros hacemos para entendernos con un otro que no necesariamente piensa como yo. Dar razones y recibir razones, también es un gesto en que se halla implicada la reciprocidad y, por tanto, la solidaridad.
En nuestra sociedad actual, debemos ir tomando la buena y sana costumbre de ser solidarios en la vida cotidiana, esto es, expresarla en la ayuda material para satisfacer necesidades de precariedad y, también, en nuestras acciones comunicativas diarias que forman parte del mundo de la vida, a través del ejercicio de la humildad para escuchar razones distintas a las mías y la honestidad en las razones que enunciamos.
La solidaridad es vital para nuestra sociedad y sobre todo en los tiempos que corren, pues contribuye a la unidad y a la cohesión social. Sin ella, la consecuencia inevitable es la fragmentación social.
El desafío civilizatorio para nuestra época es generar condiciones que posibiliten la coexistencia de una pluralidad de mundos a través del entendimiento. Si no ha de ser el entendimiento mutuo un mecanismo comunicativo basado en la solidaridad, entonces, el miedo ejercido por la “violencia” se constituye en el principal elemento de homogenización, cuestión que podemos visualizar en sociedades cerradas a la praxis de la deliberación como un ejercicio ciudadano propio del espacio público, que permite, por cierto, la circulación libre de información y la discusión de aquellas materias que moldean nuestra convivencia social.
San Alberto nos enseña que el camino de la solidaridad fraterna es el sendero mismo en el que Cristo camina. Esta profunda enseñanza valórica conducirá a nuestro país al anhelado reencuentro del convivir: Pongámonos en el zapato del otro, comuniquémonos con honestidad y escuchemos con humildad. Nunca renunciemos a la solidaridad. Siempre alegres y bien dispuestos… “Contento señor contento”.