La amistad (III)
La majestuosidad de la amistad es un habitar fuera de cánones normales y un atenerse a los fabricados dentro de esa misma unión. No podemos arropar una personalidad desnuda si no conocemos su silueta, menos si esta es intuida por unos pocos y además sin ningún punto de referencia superior. Por esto, la amistad es un secreto de entrega mutua. Nace en un grupo que descubrió el lazo comunicante que los une y los aparta de los demás. La amistad no está jerarquizada ni etiquetada. Existe en ella una igualdad donde todos sus integrantes poseen el mismo estatus y nadie se impone sobre el otro en base a superioridades o rangos. Es este amor el único contexto relacional, al cual todos sus integrantes se dirigen desde una mismidad proporcionada y verdaderamente equidistante.
Nuevamente veremos la insistencia en esta condición “espiritual» de la amistad:
“…, no es de extrañar que nuestros antepasados consideraran la Amistad como algo que nos elevaba casi por sobre lo humano. Este amor, libre del instinto, libre de todos los deberes salvo aquellos que el amor ha asumido libremente, casi por completo libre de celos, es libre-sin ninguna condición- de la necesidad de ser necesitado, es eminentemente espiritual.” (1)
La idea que se agrega en esta cita, es la «condición de no ser necesitado”. Asumir, en medio de la amistad esta condición, sin connotar la referencia necesaria es caer inmediatamente en la absolutización de este amor. Este ya lo tengo todo -porque vivo la amistad – es fuerte; sin embargo, como todo amor natural revela incompletitud. Es difícil, desde la amistad misma, descubrir esto, dado que no es “instintiva”. La espiritualidad puede cegar el acceso al amor más alto, porque su belleza invita a detenerse.
La otra impronta de la amistad, que lleva el riesgo de destruirla, es su carácter elitista. Si el sufrimiento aparece tendría que hacer notar el peligro de ambas condiciones en el camino de la amistad hacia la plenitud real. La libertad que entraña este amor es fuente inagotable de su anhelo y del deseo de vivir bajo su manto. No es la libertad del libertinaje. En la amistad la inteligencia descubre el valor de la relación. Entiende sus frutos y voluntariamente acepta el bien que hace al alma tener un amigo. Las facultades superiores del hombre: inteligencia, voluntad y libertad, son conjugadas necesariamente para vivir y entender este amor. Es una exigencia imperiosa, puesta principalmente por el carácter espiritual de la amistad. Ésta llega al alma como un fruto intangible, con un origen imprevisto y con una felicidad nunca sospechada, que los amigos sienten inmerecida.
En consecuencia, podemos afirmar que:
“La amistad, (…), al igual que los otros amores naturales, es incapaz de salvarse a sí misma. En realidad, dado que es espiritual y que, por ello, se enfrenta aun enemigo más sutil, debe invocar la protección divina con mucho mayor tesón que los otros amores, si es que espera mantener su buen espíritu”. (2)
Esta invocación para que Dios proteja este amor, puede ir desde la belleza, la bondad y el bien, que se dan en las amistades que han logrado vivir este sentimiento. El mismo gozo que satisface mi encuentro como amigo, me revela su plenitud. Puedo quedarme ahí creyendo que he alcanzado el máximo bien posible y desdeñar un camino de aproximación a Dios. Lo mismo que da luz, al mismo tiempo, ciega y la luz de la amistad, como amor natural, es por su belleza cegadora. Podemos, entonces, decir que en la misma amistad es difícil elevarse al amor divino, luego las contradicciones y sufrimientos que podrían sobrevenir, deberán desempeñar el papel de ayudar a desligar la amistad de su reflejo absoluto.
Además, lo espiritual se da en el hombre habitando en su corporeidad. No darse cuenta de esto es convertir al ser humano en algo que no es. Esta encarnación de nuestra alma es el primer conato de advertencia a cualquier actitud que pretenda una persona espiritualizada. Todo en el hombre se da con materia. Está inmerso y dependiente de ella. De ahí el absurdo de considerar la amistad como un encuentro entre espíritus puros. Esto es falso e irreal. Es suficiente ser de carne y hueso para refutar los aires espirituales de la amistad.
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(1) LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile 2001 p.9
(2) LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile 2001p.106-107