En la amistad entrego algo hermoso de mí, que me realiza y me hace feliz. A lo cual dedico mi tiempo más querido y que constituye un preciado tesoro. Es algo solamente mío y cuando encuentro con quién compartirlo, por un regalo de las circunstancias, mi felicidad se convierte en algo más pleno y verdadero. No puede tener amigos el que sólo vive para sí, sin compartir nada de sí mismo.

No hay un punto en común si yo soy mi única referencia y no entrego nada de aquello que me motiva. Se teme por esa joya que es mi dedicación y tesoro, como si desobedeciera el mandato de no dar margaritas a los cerdos, que Jesús nos dicta. (Cfr. Mt., 7,6)

Cuando Lewis, junto a un grupo de amigos, se muestra y leen sus escritos, palpa aquella amistad de la cual habla. Es referente a la que él vivió en forma plena y hermosa. Incluso su fe nace en los encuentros con sus amigos escritores, especialmente Tolkien.

En la vida hay que tener algo que compartir antes de compartirlo. Es ese cultivo de mi educación, de mis afanes, de mis pasatiempos, que amándolos constituyen un preciado tesoro. Esto es valorado en el encuentro con el amigo en su justa medida. Solo niega la amistad el que no tiene nada que entregar.

Tienen los amigos –porque ellos lo crean – un propio lenguaje, que los enclaustra en realidades terrenas que sólo ellos pueden identificar. Nadie más tiene acceso a ellas. Por ahí se ensambla ya uno de los principales peligros para que la amistad se “autodivinize”. Los amigos crean una atmósfera sublimada, la cual posee un oxígeno propio que los aparta del resto. Esta vivencia separada- en cierto sentido idealizada – abastece de tal modo las vidas de los amigos que prescinden de otras verdades afines y pueden hasta negarlas

En consecuencia:

“La amistad es – en un sentido que no la menoscaba- el menos natural de los amores el menos instintivo, orgánico, biológico, gregario y necesario. Es el que tiene menos que ver con nuestro sistema nervioso, nada en ella nos corta la respiración, nada nos acelera el pulso ni nos hace ruborizarnos y palidecer. Esencialmente se da entre individuos; apenas dos personas se hacen amigas, en algún grado se han apartado del rebaño. Sin el Eros, ninguno de nosotros habría sido engendrado, y sin el Afecto, no habría crianza; pero podemos vivir y engendrar sin Amistad. Biológicamente hablando, la especie no la necesita. A la manada o al rebaño- a la comunidad puede incluso disgustarle o producirle desconfianza. A sus dirigentes les ocurre a menudo. Los directores y directoras de colegios y los jefes de comunidades religiosas, los coroneles y los capitanes de barco, pueden inquietarse cuando surgen amistades íntimas y estrechas entre pequeños núcleos de sus subordinados” (1).

En realidad, la amistad ya parte siendo una relación absoluta, puesto que se desliga de todos los que no pertenecen a ella. Si los otros amores están siempre referidos a circunstancias más prácticas, esto no ocurre con la amistad.

Lewis describe la desmaterialización de la Amistad, con estas palabras:

“En un círculo de verdaderos amigos, cada persona es simplemente lo que es: no representa a nadie ni a nada más que a sí mismo. A nadie le importa un comino la familia de los demás, su profesión, clase social, ingresos, raza o historia anterior. Evidentemente a la larga se llegará a saber la mayoría de los detalles. Pero por casualidad y de manera informal. Saldrán poco a poco, para ilustrar algo o dar un ejemplo., como pretexto para una anécdota, nunca por interés en ellos mismos. Tal es la majestuosidad de la amistad. Nos encontramos como príncipes soberanos de estados independientes en tierra neutral, en el extranjero, liberados de nuestros contextos. Este amor pasa por alto (esencialmente) no sólo nuestros cuerpos físicos, sino toda esa corporeidad constituida, trabajo, pasado y relaciones sociales. En casa, además de ser Pedro o Juana, somos portadores de un carácter general: marido o esposa, hermano o hermana, jefe, colega o subordinado. No así entre nuestros amigos. Es cosa de espíritus sin ataduras o despojados. En el Eros tenemos cuerpos desnudos; en la Amistad, personalidades desnudas” (2).

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(1)LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile 2001p.72

(2) LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile 2001p.86