Igualdad de género al interior de las universidades: Por una educación no sexista
Hoy en Valdivia, y también en muchas otras ciudades de Chile, estamos presenciando la protesta por un cambio social en las relaciones humanas al interior de las universidades. Las nuevas generaciones de estudiantes denuncian la perpetuación de formas de relación abusivas dentro de los campus universitarios y por ello han decidido tomarse estos espacios hasta que las autoridades respondan satisfactoriamente a sus petitorios. Han sumado a su lema la denuncia del sexismo, por eso se manifiestan por una “educación no sexista”.
Estamos viviendo un proceso social clave para igualdad de género. Si bien el proceso responde en lo profundo a las luchas feministas del siglo pasado, es posible situar su re-emergencia a partir de los asesinatos de mujeres y niñas durante el 2016 que generaron el movimiento #NiUnaMenos y re-activaron movimientos de mujeres y movimientos feministas, e inclusive al que una importante parte de la sociedad latinoamericana se sumó. Durante el año 2017 las denuncias de acoso sexual en el mundo del cine abrieron el debate sobre las violencias cotidianas que vivieron y viven mujeres de diferentes edades y grupos sociales, lo que se plasmó en el movimiento #MeToo. Ese mismo año se visibilizan las denuncias por acoso sexual en universidades chilenas. Con el lema #ChaoAcosadores estudiantes manifestaron su rechazo a viejas prácticas de abusos de poder desde profesores hacia estudiantes. Asimismo, agrupaciones de estudiantes mujeres, como los Círculos de Mujeres, pusieron en el debate la problemática de los acosos y abusos sufridos, especialmente por las mujeres, en sus casas de estudio; -ya no sólo de parte de profesores sino también desde sus compañeros- como una prioridad a ser abordada por la institucionalidad educativa.
Frente a las situaciones denunciadas, ¿Cuál es el papel que tienen las instituciones de educación superior? Ana María Buquet, académica mexicana que ha trabajado la igualdad de género en la Universidad Nacional Autónoma de México, enfatiza en la responsabilidad social que cabe a las universidades el hacerse cargo. No sólo a través de la investigación académica y de la docencia, agrega la importancia de la institucionalización, es decir, la creación de reglamentaciones que regulen las relaciones al interior de las comunidades universitarias. En su artículo titulado “Transversalización de la perspectiva de género en la educación superior. Problemas conceptuales y prácticos” señala que las universidades son espacios de producción y reproducción de valores y comportamientos, por lo tanto deben contar con ambientes equitativos entre mujeres y hombres y favorecer la igualdad de oportunidades académicas, laborales y profesionales. Sostiene que las instituciones de educación superior poseen un importante potencial transformador hacia el conjunto de la sociedad, por eso las acciones que emprendan para avanzar en igualdad de género serán fundamentales para los procesos democratizadores y de justicia social no sólo en sus propias comunidades, sino también para en el conjunto de la sociedad.
En Chile, cuando las universidades se propusieron incorporar la perspectiva de género lo hicieron para mirar a los otros, estudiaron a los grupos y las prácticas que estaban fuera de sus propios campus. De manera incipiente, durante estos últimos años las universidades han comenzado a mirar sus propias comunidades. Por un lado a través de la docencia, que de manera tímida ha sumado a los programas de estudios –especialmente en el área de las ciencias sociales y la salud- la revisión y discusión de estos temas como una manera de sensibilizar a futuros profesionales. Por otro lado, hace mucho menos tiempo, algunas han elaborado políticas institucionales de sanción frente a situaciones de acoso, violencia y discriminación. Cuando esto último ha ocurrido, el centro ha estado puesto en cómo evitar estas situaciones principalmente a través de la creación de protocolos de sanciones para las conductas no deseables y mecanismos de protección para quienes han sufrido las agresiones. La creación de reglamentos ha sido fundamental, puesto que el mensaje que se envía a la comunidad sobre lo aceptable y lo que no lo es va generando un nuevo marco de relaciones. De manera menos frecuente, algunas universidades han emprendido acciones de promoción y prevención, instalando actividades de formación, información y reflexión entre diferentes integrantes de sus estamentos.
Frente a estas problemáticas: ¿Qué papel tienen los hombres? Sostengo que para las relaciones sociales se transformen estructuralmente al interior de las universidad –y de la sociedad en su conjunto- es imprescindible “mirar” a los hombres y el modelo de masculinidad tradicional que continúa predominando en nuestra cultura. Identificar y discutir la manera en que están siendo socializados los hombres; los mandatos de género masculinos que in-corporan en la construcción de su identidad y que se expresan en las relaciones que establecen con las mujeres, con otros hombres y consigo mismos. Apuesto por un cambio en los hombres y las concepciones de la masculinidad, como mecanismo para enfrentar estas problemáticas. Marina Subirats y Amalia Tomé, académicas dedicadas a los temas de educación y género, plantean que existen al menos dos resistencias para el cambio de los hombres y la masculinidad tradicional: por una parte los obstáculos de orden sociocultural, los que controlan y dificultan la transgresión de lo socialmente establecido en las diferentes esferas de la vida social, y por otra, las de orden psíquico, puesto que ellos tienden a mantener los privilegios derivados de la división sexual; esto sin cuestionar en gran medida el orden social tradicional que los ha considerado más importantes que todo lo relacionado con las mujeres y lo femenino.
Por ello la propuesta desde este eje de análisis que propongo es incorporar a los hombres y a la masculinidad en la discusión, promoviendo el cuestionamiento a conductas interiorizadas y naturalizadas en el curso de las vidas de los hombres, así como los privilegios que de ellas derivan. En una tarea de desmantelamiento de aquello que se ha considerado como obvio y natural en la propia construcción de sí mismos como individuos y como grupo. El propósito es pensar en otras posibilidades de ser hombres, de construir otras identidades masculinas, que permitan cultivar relaciones respetuosas, solidarias y socialmente sanas, no sólo entre mujeres y hombres, también entre los mismos hombres y ellos consigo mismos.