Familia y Escuela, Implicancia en el Aprendizaje Escolar
Por muchos años se ha naturalizado que las familias son las únicas responsables de satisfacer las necesidades afectivas, biológicas y de formación valórica de sus hijos/as en tanto que a la escuela le compete focalizar su quehacer en la satisfacción de necesidades intelectuales.
Desde el sentido común se manifiesta que padres involucrados en el aprendizaje de los hijos influyen notoriamente no sólo en la adquisición de saberes sino también en la forma en que se va modelando la personalidad de los niños.
Desde la perspectiva académica, podemos revisar los datos entregados por la prueba PISA que dan cuenta de cómo se manifiesta la participación de los padres en el proceso educativo de los niños y jóvenes. Sea cual sea la fuente o estudio que consideremos lo cierto es que en aras de la formación integral (cognitivo, afectivo, social) familia y escuela, padres y profesores cumplen un rol crucial ¿Pero cuál es el fundamento de esta afirmación? ¿Dónde radica su esencia?. Pienso, creo y siento que la respuesta la hemos de encontrar en la vocación (vocación docente y vocación filial).
El educador, también los padres, deben promover personas, darse al otro, entregándole amor y confianza. Deben tener esperanza en él… expectativas de él…ser para él. ¡Es una hermosa frase! Lamentablemente no siempre es tan nítida en nuestra realidad educativa y familiar.
Es esencial que como maestros, y también como padres, hagamos todo el esfuerzo por entender el mundo de los niños, pues muchas veces percibimos solo una parte de él y es generalmente lo que más nos llama la atención, o sea los signos gruesos como su rendimiento o su comportamiento.
No podemos “definir” a un alumno, tampoco a un hijo a partir de una fracción; arrogantemente nos creemos poseedores de la verdad y los etiquetamos: ¡Eres un desordenado! ¡Por desobediente, te vas castigado! ¡Flojo!
Así se niega al otro y al mismo tiempo se libera al adulto de su responsabilidad educativa. ¿Cuán tolerante somos? En mi relación cotidiana con el otro, ¿lo promuevo o simplemente lo niego?
Apelo aquí a un maestro y padre con una actitud mental positiva, con un compromiso axiológico para una entrega afectiva. Es verdad que existen muchos bemoles que limitan el quehacer de profesores y padres; sin embargo, su vocación le exige hacerse cada día, ir más allá de los obstáculos y comprometerse en su digna tarea.
Educar es formar; por lo tanto, en cada relación que se establezca con los educandos o los hijos, en cada interacción que se geste, el maestro, el padre, debe abrir los espacios necesarios para que el aprendiz se proyecte como persona. Debe guiarlo, orientarlo y entregarle las herramientas necesarias para que, responsablemente, vaya creciendo en libertad y autonomía. “Cuando tengo confianza en el otro y cuando tengo esperanza en él, le permito crecer; de lo contrario, lo niego y lo deformo”.
El maestro y el padre siempre deben estar sembrando. Tal vez los frutos no se verán en el momento, pero algún día sentirán que fueron su obra.