Envejecer no es enfermar
La población mundial envejece aceleradamente, paralela al aumento de la esperanza de vida y la disminución de la natalidad. Esta realidad no es ajena a nuestro país, sin embargo, es común ver hoy, como la idealización de la juventud asociada al vigor, la producción y el éxito, se traduce al mismo tiempo en visualizar el envejecer como un “problema u obstaculo”; siendo esto muy propio de sociedades capitalistas como la nuestra (Bayer 2004). Pareciera ser que la “obsolescencia programada”, no solo abarca a los productos de consumo, sino también a las personas; quienes son capaces de producir y consumir productos anti-envejecimiento, para disimular el paso de los años, dando cuenta más bien del temor que este natural e impostergable proceso biopsicosocial les genera.
La idea de que la vejez es “triste”, “inactiva, “poco atractiva”, “negativa” o “llena de enfermedades” forma parte de los estereotipos negativos que han sido reportados en diversos estudios realizados en sujetos jóvenes (Adelantado et al., 2004). En Chile, esta tendencia es similar; los jóvenes atribuyen a la vejez una idea de decadencia y desgracia, en donde los viejos quedan excluidos socialmente de la posibilidad de obtener éxito; dado que esto se ha vinculado principalmente al logro de estatus y dinero, siendo medios fundamentales para acceder a la felicidad, a la cual por consecuencia, las personas mayores no tendrían posibilidad de acceso. Esto se traduce en un entorno social “gerascofóbico” en donde predomina los actos discriminatorios dirigidos a personas consideradas “viejas” y temores asociados al propio envejecer (Arnold-Cathalifaud et al,. 2007)
La Gerascofobía, no resulta conveniente ante el hecho de que todos “si o si envejecemos” y además, en una sociedad que lo hace aceleradamente. Del temor a envejecer, se desprende además la ausencia de voluntad del individuo por tomar control en su preparación para los procesos de finalización de la vida. Específicamente, la percepción que tenemos de las personas envejecidas, conduce a una autopercepción que afecta la propia autoestima en la medida que nos acercamos a ser viejos (Gómez Carroza 2003). En efecto, tal como una profecía auto-cumplida, pareciera que “hacemos todo” con tal de que nuestras ideas negativas del envejecer, se hagan reales cuando llegamos a la vejez, sin invertir mucho esfuerzo en pensar, preparar y actuar en función de un envejecimiento exitoso. En este sentido, es importante resaltar que el envejecer exitosamente- entendido como: “una reducida probabilidad de desarrollar enfermedades y las discapacidades asociadas, mantenimiento de un alto nivel de funcionamiento cognitivo y la mantención de la participación en actividades sociales y constructivas (Rowe y Khan 1998)- además de ser posible, va mucho más allá de garantizar un bienestar económico, sino que, en gran medida pasa por renunciar a deseos ingenuos de juventud eterna, siendo fundamental comprender que los factores que marcan un envejecimiento exitoso, se asocian a lo que se hace o se deja de hacer en la juventud en pro de un buen envejecer, mucho de lo cual, se desprende de lo que “pensamos o creemos” y no a una realidad inmodificable y lapidaria. En síntesis, un envejecimiento decadente y angustiante, de desprende de sobrevalorar la juventud, deseando que esta se perpetúe por siempre; ignorar que envejecer de forma exitosa es posible y por consecuencia, aceptar temerosa y pasivamente los estereotipos negativos asociados a la homologación de la vejez con obsolescencia.
La invitación es entonces, a la difusión de una mirada crítica respecto de los “viejismos”[1]; difundir en la población el cómo preparar un buen envejecer, siendo esto una responsabilidad social e individual, en donde los medios de comunicación, la familia y la educación deben ser promotores de una nueva imagen del envejecimiento, libre de estereotipos ligados a la decadencia, sino más bien a la sabiduría, la experiencia y la identidad histórico-cultural del lugar que habitan. A nivel individual, resulta fundamental ser capaces de poner el autocuidado como algo tan o más importante que las obligaciones o responsabilidades laborales, las cuales han sido sobrevaloradas por la cultura “anti-aging”, movilizando al sujeto a postergar su salud y bienestar con tal de cumplir. La importancia que la actividad física regular, la correcta nutrición, el buen sueño y los hábitos de vida saludable tienen en un envejecimiento exitoso, ha sido ampliamente demostrada. Es necesario además, comprender que será irrenunciable la necesidad de comprometerse con la búsqueda de nuevas actividades, nuevos roles más acordes a la edad y la jubilación, que en ningún caso son sinónimo de inactividad, aislamiento social o espera pasiva de la muerte. El envejecimiento exitoso, se traduce en un desafío desde el punto de vista de la capacidad de adaptación del sujeto, quien debe de forma activa y premeditada, aceptar las limitaciones de la edad y embarcarse en nuevos desafíos, en donde pueda hacer uso de su amplio caudal de experiencia, que será de utilidad para otros y para si mismo, en la medida que encuentre el espacio para dicha transferencia y realización.
El envejecimiento en ningún caso es una enfermedad, sino un proceso natural que cubre toda la vida, en el cual, es posible no enfermar en su último eslabón, siempre y cuando, se rechacen los viejísmos de la cultura, se planifique y acepten las limitaciones propias de la edad y a partir de la incomparable experiencia de los años, nos abramos a nuevos roles y desafíos, que permitan la transferencia del legado y el ejercicio de la autonomía; haciendo posible un cambio a nivel social de “abajo hacia arriba”, sabiendo además que a futuro, las personas mayores serán mayoría.
Referencias
Adelantado, F.; C. Segura, J. De Andrés, T. Feliu y P. Martínez (2004): Los mayores de 85 años en Sabadell. Revista Multidisciplinar de Gerontología Volumen 14, Nº5.
Bayer, K. (2004): The Anti Aging Trend: Capitalism, Cosmetics and Mirroring the Spectacle. Published by gnovis, the peer-reviewed journal of Communication, Culture and Technology – gnovis.georgetown.edu
Arnold-Cathalifaud, M, Thumala, D, Urquiza, A, y Ojeda, A. (2007). La vejez desde la mirada de los jóvenes chilenos: estudio exploratorio. Ultima década, 15(27), 75-91. https://dx.doi.org/10.4067/S0718-22362007000200005
Gómez Carroza, T. (2003): «Heteroestereotipos y autoestereotipos asociados a la vejez en Extremadura». Tesis Doctoral. Universidad de Extremadura, Facultad de Formación del Profesorado, Departamento de Psicología y Sociología de la Educación, Cáceres.
[1] El término ageism (viejismo) fue acuñado en 1969 por R Butler, y define el conjunto de prejuicios, estereotipos y discriminaciones que se aplican a los viejos simplemente en función de su edad.