Entre lo planificado y lo logrado: el desafío de agosto
Este mes marca un punto de inflexión. No solo porque ya sentimos que el año avanza con fuerza, sino porque es el momento ideal para hacer una pausa y mirar hacia atrás y preguntarnos ¿estamos cumpliendo las metas que nos propusimos en enero? ¿O es momento de ajustar el rumbo?
Toda organización, y también cada persona, debería tener por escrito sus objetivos. Porque lo que no se concreta, simplemente no se puede medir. Sin metas claras, podemos creer que todo marcha bien… cuando la realidad podría ser muy distinta. La ausencia de claridad genera confusión, dispersa esfuerzos y nos impide evaluar con objetividad nuestros avances.
En cambio, cuando los objetivos están definidos, compartidos y consensuados con los equipos, se transforman en un motor que moviliza. En este sentido, cada integrante sabe hacia dónde se dirige y qué rol cumple en ese viaje. Esta claridad fortalece el compromiso y la responsabilidad compartida.
Pero también debemos entender que ningún plan es inamovible. Vivimos en un mundo cambiante, en constante transformación, y eso exige flexibilidad. Tal vez algunas metas ya no son tan prioritarias como lo eran en marzo, o quizás han surgido nuevas oportunidades que requieren nuestra atención. Por eso, este momento del año es clave para reflexionar, adaptar y —si es necesario— replantear.
La segunda mitad del año puede ser tanto o más productiva que la primera. Depende de nosotros. Invito a las y los líderes de nuestra región, en el mundo público, privado, educativo y social, a hacer esta revisión con profesionalismo. Porque eso es lo que hacen las organizaciones modernas: no improvisan, evalúan, ajustan y siguen avanzando.
Hoy es buen momento para hacer el ejercicio. Justo en la mitad del partido.