El yo autodivinizado (IV)*
Demostrado por la experiencia que existe una realidad objetiva, que no depende de ningún capricho personal, no puedo prescindir de esta verdad. De hacerlo pierdo la referencia esencial a todo encuentro con lo real.
La primera falta, la narración del pecado original, tiene la misma idea sobre el mal. La serpiente incita a una separación, para que el hombre no dependa y se des -ligue. Se realice por sí mismo:
“Replicó la serpiente a la mujer: de ninguna manera moriréis Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses conocedores del bien y del mal”, (Génesis 3, 4-5) (1).
“Seréis como dioses”, dice la serpiente en el relato bíblico de la tentación y caída. Y es la tentación de las tentaciones. Ser yo mi propio dueño y señor. No subordinarme a nada ni a nadie. Tentación a la cual el hombre sigue sometiéndose.
Por esta razón, Lewis distingue dos características en los seres humanos:
“En última instancia sólo hay dos tipos de personas: los que dicen a Dios “hágase tu voluntad” y aquellos a quienes Dios dirá, al fin,” hágase tu voluntad”. Todos los que están en el infierno lo han elegido. Sin esta opción personal no habría infierno.
Nadie que desee continua y serenamente la alegría se va a equivocar. Los que buscan, encuentran. A quienes golpean la puerta se les abre.” (2).
El hombre que eligió su camino obcecado, “desde sí mismo”, se encuentra con un yo irreal. La realidad que se nos ofrece es la única que existe. Si yo quiero ser “yo” debo crucificar las pretensiones de una autocreación personal con cánones propios. Yo no soy para mí, sino para quién me ha creado .Es una elección voluntaria, pero que se basa en mi inteligencia. Ésta denota y establece la carencia de un ser dependiente, en base a la definición metafísica del hombre, como ser efectuado. Razonado así, el sentido es vivir y descubrir los elementos que constituyen y forjan tal relación. Parece un fenómeno absolutamente contemporáneo, donde el reinado de la opinión, gestada en mí, es el referente único para toda certeza. Por tanto, se debe combatir en todos los planos, gnoseológicos y voluntarios, el quedarse consigo mismo hermético e infecundo, que horada la existencia y la hace innoble y sin sentido. El amor es donarse, es encuentro con el otro, es poder mirar y dar la mano…
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(*) Meditación basada principalmente en textos de C.S. Lewis.
(1) Todas las citas bíblicas están tomadas de la Biblia de Jerusalén, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1975
(2)LEWIS, C.S. El gran divorcio, Santiago de Chile Andrés Bello.1994. p.69