Mi Cristo roto, mis Cristos rotos
En 1963, el sacerdote jesuita español Ramón Cue escribió un poema, llamado “Mi Cristo roto”, la cual narra el aprendizaje que éste tuvo con una cruz con un Cristo mutilado que fue comprado en una venta de antigüedades de Sevilla. El 09 de Junio, en Santiago de Chile, se actualizó la poesía de Cue. Ese día, un grupo de vándalos que se dicen representar al movimiento estudiantil, y movidos por una supuesta rabia contenida contra el Gobierno y sus políticas, entraron a la Iglesia de la Gratitud Nacional y destruyeron la imagen del Cristo.
He querido llamar a esta reflexión “Mi Cristo roto” pensando al Cristo de yeso mutilado, como el del poema de Cue, pero también hablar de los “Cristos rotos”. Advertencia: La columna no intenta ser exhaustiva, sino que, y consciente de sus posibles fallas, pretende ser un pretexto para seguir conversando.
Un torcido movimiento estudiantil, al que se infiltran “encapuchados”, también son ese Cristo roto. Se puede evidenciar una carencia de afecto, de representatividad, de liderazgo y de cohesión.
El Cristo roto son aquellos que sufren las consecuencias de las acciones vandálicas de un grupo de supuestos defensores de las aspiraciones estudiantiles.
El Cristo roto no es sólo el que sacaron a la fuerza de la Iglesia, es también el que exige una educación de calidad.
El Cristo roto es el movimiento estudiantil. Y también son los que destruyeron. Si, aunque suene paradójico, también son Cristo, porque Cristo también está en ellos de una manera que nos sobrepasa y que no logramos comprender.
El Cristo roto fue mutilado en el yeso pero también en la carne viviente de los chilenos, de los mapuches, de las mujeres, de las minorías, de los pobres, de los no nacidos, de los considerados nada.
¿Qué le dice Cristo a la educación Chilena? ¿Qué le dice Cristo al Chile de hoy? ¿Cómo anunciar el Reino de la Vida y la Justicia en medio de la presencia de estructuras de muerte y de injusticia? Cristo anunció el Reino de Dios que es justicia, misericordia, liberación, amor y fraternidad. Es un Reino que actúa y que invita a sus seguidores a actuar movidos por su dinámica paradójica. El Cristo del Reino nos propone anunciar las Buenas Nuevas, el Evangelio, sobre todo para los que pasan envueltos en malas noticias. Y esto nos exige que como cristianos, amigos y amigas de Jesús, asumamos un cristianismo martirial, testigo del otro mundo posible, de la otra educación posible, de la otra sociedad más humana y más liberada. En el Cristo roto reconocemos el rostro mutilado de los pobres y excluidos, pero también reconocemos el domingo de Pascua, la resurrección, esa que venció la muerte y la oscuridad. Que las marchas sean éxodo, pascua y peregrinaje, no destrucción ni esclavitud. Que las demandas no se transfor en en saqueo sino que en semillas de esperanza. Que las capuchas sean transformadas en sueños y anhelos cumplidos. Que las piedras, bombas y pistolas se transformen en armas de paz y justicia.
He querido llamar a esta sencilla reflexión, casi “desde la guata”, “Mi Cristo roto” parafraseando el poema de Cue. Dejemos que el jesuita español concluya estas líneas:
“¡Si, sí, seamos valientes! Recordemos el rostro que mayor odio y antipatía nos produce.
Coloquémoslo sobre el rostro de Cristo e imaginemos que nuestro enemigo, ese que odiamos, ocupa su lugar en la cruz.
Cerremos los ojos, acerquémonos al crucificado y besemos reverentes y humildes su figura.
Al besar un Cristo, con el rostro de nuestro enemigo, nos envolverá una voz cálida y musical, paternal y bondadosa. Aquélla que hace muchos siglos nos dejara la más grande y maravillosa herencia que hombre alguno pueda tener, encerrada en sólo seis sencillas palabras:
AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS”