Analogías del Amor (II)
Vamos a considerar ahora la analogía que hace referencia al amor paterno, tan innoble hoy por su presencia mojigata y pusilánime, como por su ausencia canallesca y cruel. Lewis nos recuerda que la oración del Padre Nuestro (1) fue enseñada en un contexto donde el padre era una autoridad total, respecto a su familia y a sus hijos. Hacia él existía un respeto y una reverencia hoy olvidadas.
Censurar, castigar y señalar a un hijo direcciones y caminos correctos, son ideas o actitudes inexistentes en los tiempos actuales. El padre, hoy, es un simple proveedor, que deja de lado cualquier intervención en la formación intelectual y moral de su hijo. Pareciera que el padre contemporáneo se preocupase tan solo de abastecer materialmente, pero, en mucho casos, ni siquiera esto, pues el abandono de su rol paterno es, a menudo, total y definitivo.
Categóricamente, en la siguiente cita, vemos las antípodas de la figura anteriormente descrita:
“… si se considera como Nuestro Señor (a pesar de ser, como creemos, uno con su padre y co–eterno con Él, como ningún hijo lo es con su padre terrenal) su propia condición de hijo, sometiendo su voluntad por completo a la voluntad paterna, sin siquiera permitir que se le llame “bueno”, porque Bueno es el nombre del padre. En este símbolo, amor entre padre e hijo, quiere decir, esencialmente, amor entre autoritario por un lado y amor obediente por otro. El padre usa su autoridad para hacer del hijo esa clase de ser humano que él con justa razón y desde su sabiduría mayor, quiere que éste sea. Incluso el que alguien hoy en día dijera ‘amo a mi hijo, pero no me importa que tan sinvergüenza sea con tal que lo pase bien”, no tendría significado alguno”(2)
La jerarquía padre–hijo es una jerarquía natural, la dependencia no es solo por el cronos anterior, sino por la total dependencia del hijo respecto de su progenitor. Es una catástrofe moral negar este hecho. De parte del hijo, rebelión. de parte del padre, abandono y olvido.
La metáfora de Lewis está fuera del contexto actual, al menos en su manifestación publicitaria. Los verdaderos valores giran en la sombra, de forma silenciosa, no se borran por modas nefastas que los usurpan en sus principios. El padre mira desde arriba, desde el pasado, desde la sabiduría que nace concomitante a la imitación de la condición divina. La virtud de la obediencia es la que gravita y que enseña a ser racional. Seguir los dictames que son de mi padre, porque son de él, es lo que más importa para seguirlos. La sabiduría de Dios, en cuanto sabiduría paterna revelada en el Abba de Jesús, manifiesta un insondable misterio, que se manifiesta en su relación con el hombre (3). La paternidad divina posee todas las explicaciones y el amor filial debe someterse a una sabiduría, en gran medida incomprensible, en las entrañas del entendimiento humano.
El amor entre un hombre y una mujer también se puede analogar con el amor divino. Así lo plantea Lewis.
“Al enamorarnos de una mujer, ¿deja de importarnos el que sea limpia o sucia, buena o mala?, ¿no es más bien entonces que nos empieza a importar?, ¿hay alguna mujer que considere una señal de amor en un hombre, el que éste no sepa ni le importe cómo se vea? Ciertamente se puede amar al ser amado cuando éste ha perdido su belleza, pero no porque la haya perdido; el amor puede perdonar todas las debilidades y amar a pesar de ellas, pero no puede dejar de anhelar que ellas desaparezcan”(4)
Entonces, el Amor implica necesariamente, que el amado sea por el amante, en cierto sentido, impelido a abandonar aquello que lo hace indigno de amor. De esto se sigue, en consecuencia, un sufrimiento por parte del amado, ya que puede no entender o no querer aceptar la sabiduría que descubre y hace notar la imperfección.
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(1) Cfr. LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile. 2001, p. 46
(2) LEWIS, C.S. El problema del dolor. Editorial Universitaria, Santiago de Chile. 1990. pp. 46-47
(3) Cfr. Jn, 8, 27-30
(4) LEWIS, C.S. El problema del dolor. Editorial Universitaria, Santiago de Chile. 1990. pp. 47-48