El amor como Afecto (III)
Cualquier ostentación puede dañar el Afecto. Por eso requiere ser valorado principalmente por estas características sencillas, que le dan su dimensión básica. Para ser un amor pleno y feliz requiere de cierto ocultamiento y carecer de ostentación. Estas cualidades, en cierto modo, las necesitan todos los amores. La más hermosa cualidad de nuestros afectos, está dada por este secreto que encierran.
Puede que no sea un secreto de orden visual o de conocimiento, pero sí lo es en su manifestación espiritual. Existe un gozo profundo cuando entregamos Afecto. Esperamos no recibir retribución alguna y esto emparienta al Afecto con la Caridad, como veremos en una reflexión ulterior, Dios lo da todo sin necesitar retribución. Esto se vislumbra con el Afecto, puesto que aparece en su manifestarse una condición parecida.
En el párrafo siguiente, Lewis reflexiona acerca de las situaciones que conducen a proyectarse más allá de sí mismo en el Afecto y además trata de entender el grado objetivo que este amor posee. Como podemos apreciar:
“La especial gloria del afecto es que puede unir a aquellos que más decididamente, incluso cómicamente, no lo están; a personas que si el destino no hubiera puesto en el mismo hogar o comunidad, no habrían tenido nada que ver entre sí. Si surge el Afecto a partir de esa situación- a menudo ello no ocurre-, los ojos de esas personas comienzan abrirse. Al encariñarse con ‘el viejo tal y cual’ al comienzo simplemente porque algún azar lo puso ahí, uno comienza a ver que, después de todo, algo hay en él. El momento en que por primera vez uno dice, sintiéndolo de verdad, que aunque no es ‘mi tipo de persona’ ‘a su manera’ es un buen hombre, es de liberación. No lo sentimos así; puede que sólo nos sintamos tolerantes e indulgentes. Pero en realidad hemos cruzado una frontera. Ese ‘a su manera’ significa que estamos yendo más allá de nuestras propias idiosincrasias, que estamos aprendiendo a apreciar la bondad y la inteligencia en sí mismas, no meramente la bondad y la inteligencia sazonadas y servidas para complacer a nuestro paladar» (1).
Parece que siempre debemos buscar afinidades, sobre todo para relacionarnos y compartir. El Afecto nos otorga una riqueza adicional, dado que nos permite un encuentro con aquellos que parecen ajenos a nosotros, o sin ninguna particularidad en común. Esta característica hace nuestro mundo relacional más amplio, y, también, es una de las grandes negaciones del egoísmo. Saber que podemos interactuar con personas que no tienen nada que compartir, nos abre a otras realidades y vivencias. Si no estamos sintiendo Afecto por nadie, nuestro universo está disminuido. Por eso, cuando Lewis afirma: “estoy yendo más allá de mi idiosincrasia”, está viendo un mundo que no proyecta desde sí, sino desde otro, con lo cual se crece como persona. El afecto es primordial para ir al encuentro de otras realidades. Por lo tanto:
“El Afecto genera felicidad si- y solo si- hay sentido común, toma y daca, y “decencia”. En otras palabras, solo si al Afecto se añade algo más y distinto de él. El puro sentimiento no basta. Se necesita “sentido común”, esto es razón. Se necesita “toma y daca” (2); esto es, se requiere justicia, estimular continuamente el mero Afecto cuando se debilita, y refrenarlo cuando olvida o podría contravenir el arte de amar. Se necesita “decencia”. No se puede disimular el hecho de que esto significa bondad: “paciencia, negación de sí mismo, humildad, y la permanente intervención de una clase de amor muy superior a lo que el Afecto, en sí mismo, jamás podrá ser” (3).
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(1) LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile. 2001. p. 47
(2) El dicho: “tit for tat” significa: “en represalia”. Pero como expresión inglesa aplicada por Lewis sería una “represalia equivalente” o “justicia recíproca” Toma y daca: tanto tit como tat son golpes suaves, porque lo que vendría a decir es “golpea suave si te han golpeado suave”. Cfr. New Spanish Dictionary, Ediciones Larousse, México. 1999, p. 658
(3) LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile. 2001. pp. 68-69