Amistad cívica o clave de la ciudadanía desde Tomás de Aquino
Estamos en un momento histórico: agosto- septiembre 2022 nos enfrenta al gran desafío de pensar y seguir construyendo Chile y nos parece de especial importancia pensar en cómo habrían de ser las relaciones entre sus ciudadanos.
En efecto, es bastante evidente que para vivir plena y felizmente se necesitan vínculos generados por y con amor, dado que cuando falta esta semilla, sólo queda una siembra de indiferencia, odio o relaciones marcadas por la violencia o la competitividad. Esto que captamos con tanta claridad, lo profundizan con radiante claridad algunos pensadores que nos ayudan a vivirlo mejor. En el contexto de la semana institucional dedicada a Santo Tomás de Aquino les invito a acudir a su doctrina.
Aplicando lo que dijo en su día S. Juan Pablo II, de que se puede llegar a la verdad con las alas de la fe y la razón, siglos antes Tomás de Aquino, al reflexionar sobre un tema de implicaciones teológicas y a la vez profundamente antropológicas y humanas, argumenta a favor de la conveniencia de que Dios se encarnara en la naturaleza humana, y, entre muchas razones, decía:
“Como la amistad consiste en cierta igualdad, parece que no pueden unirse amistosamente las cosas que son muy desiguales. Por consiguiente, para que hubiera una amistad más familiar entre Dios y el hombre, le convino a éste que Dios se hiciera hombre, pues por naturaleza el ser humano es amigo del ser humano, y así, conociendo visiblemente a Dios, nos sintiéramos arrebatados al amor de las cosas invisibles” (Suma contra Gentiles, Libro IV, capítulo 54).
Es clara y contundente su afirmación de que la amistad entre nosotros responde a lo que somos por naturaleza, a nuestra esencia, pues la amistad es un amor recíproco por el que, basada en el aprecio del otro y en la comunión de ideales, se busca el bien de la persona amada y se ponen los medios para ello. Esta tendencia brota de lo que somos, no es añadido artificial ni inventado en el llamado contrato social. Y es así porque nuestra naturaleza es social y sociable, o, como afirma la teología: somos creados a imagen y semejanza de un Dios que es comunión de amor en la Trinidad, y por eso, en nuestro núcleo, más profundo, tendemos a la unión común en el amor. Cuánta profundidad en lo que refleja esta evidencia tan sencilla: la semilla de Dios amor en nosotros. Por eso el verdadero amor a uno mismo también debe brotar de aquí.
Ahora bien, el logro de esta llamada al amor y a la comunión fraterna es fruto de una conquista. En efecto, también somos conscientes de los obstáculos que surgen de una manera desordenada de amarse a sí mismo pues, al encerrarse en sí, se cierra a los demás, incluyendo a Dios, y los ve no como hermanos y colaboradores en una meta común, sino como contrincantes para conseguir sus intereses egoístas y partidistas. Por eso el amor a uno debe ordenarse poniendo en el centro a Dios, que da sentido y ordena todo amor. Y, además, ha de plasmarse en la práctica de las virtudes como esos hábitos perfectivos que, además de corregir las tendencias desordenadas, a la vez nos perfeccionan como personas. Así es, amar a Dios, vivir su amistad, necesariamente lleva a ordenar nuestro amor, porque permite reconocer en cada persona a alguien digno de ser amado, a alguien con quien compartimos no sólo un origen común -Dios, que nos hermana en Él, o nuestra naturaleza espiritual hecha para amar- sino también un destino común. Justamente eso nos permite colaborar entre todo en la construcción de una convivencia sana, de una ciudadanía responsable y colaborativa, en que el encuentro y el diálogo sean el camino para alcanzar las metas y el bien común.
La doctrina del gran pensador escolástico de Aquino acerca de lo que nos une la búsqueda compartida del bien común es muy profunda y abarcadora, como lo manifiesta en el siguiente texto en que explica las razones por las que hay armonía entre el bien común y el personal, pues:
“Quien busca el bien común de la multitud busca también, como consecuencia, el suyo propio por dos razones. Primero, porque el bien propio no puede existir sin el bien común de la familia, de la ciudad o el reino. Por eso Valerio Máximo dice de los antiguos romanos que preferían ser pobres en un imperio rico que ricos en un imperio pobre. En segundo lugar, porque como el hombre es parte de la casa y de la ciudad, es preciso que juzgue de lo que es bueno para él a la luz de la prudencia que tiene por objeto el bien de la multitud: porque la buena disposición de la parte se toma de su relación al todo» (Suma Teológica, II-II, q. 47, a. 10, ad 2).
No es por eso una utopía apuntar a la amistad cívica como núcleo que alimente la ciudadanía en Chile, sino la recuperación de una esperanza que debe animar nuestro esfuerzo por plasmar en la vida social lo que somos: reflejo de Dios amor, y llamados, con su gracia y el apoyo mutuo, a construir relaciones de hermandad y de encuentro real en toda actividad humana. A ello apunta la encíclica que el Papa Francisco ha escrito sobre la hermandad y la amistad cívica, firmada en Asís, a los pies del pobrecito San Francisco, uno de los que mejor vivió este amor fraterno a imagen de Dios.
Este desafío y esperanza nos anima a colaborar en esta empresa común del Chile fraterno que queremos.