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“Yo siempre quise ir a África como voluntaria”Rubén Pérez, estudiante de IP Santo Tomás La Serena
“El voluntariado no es ayudar de vez en cuando, es un estilo de vida”
El saliente presidente del voluntariado “Manos que ayudan” cuenta cómo cambió su forma de ver la vida tras haber trabajado, junto a otros compañeros, en pro de los más necesitados y de quienes necesitaran una palabra de aliento.
Solidaridad no es una palabra que se conjugue de forma tan sencilla en la generación de los “millenialls”. Y menos cuando se es estudiante de educación superior, donde la demanda de tiempo de estudios y obligaciones es la prioridad número uno para muchos(as).
Sin embargo, siempre hay jóvenes dispuestos a marcar la diferencia y a ponerse, literalmente, en el lugar de los demás, como es el caso de Rubén Pérez, estudiante de Prevención de Riesgos del Instituto Profesional Santo Tomás de La Serena, y quien lideró recientemente el voluntariado estudiantil «Manos que ayudan», bajo el alero de la Dirección de Asuntos Estudiantiles.
Rubén dejó recientemente su puesto de presidente del grupo para dar paso a una nueva directiva, que espera, continúe el legado solidario emprendido hace ya varios años; y como cara visible de este grupo de jóvenes, explica el por qué se es voluntario hoy en un país como Chile.
¿Qué es para ti ser voluntario?
Para mí, ser voluntario es un estilo de vida. Más que simplemente ayudar a la gente de vez en cuando. En los más mínimos detalles es donde esto funciona: desde la forma de saludar a las personas a ceder el asiento a un adulto mayor. Y estos chicos son así, porque se trabaja todo el año en pro de los demás y así hemos generado conciencia en la comunidad de la sede.
¿Y es muy difícil ser voluntario en el mundo actual?
No es difícil, pero sí lo es convencer y contagiar a las personas, porque desde chicos se cría con actitudes individualistas, materialistas y de culto al dinero y el consumismo, que son imposiciones de la sociedad que te limitan a preocuparte por las personas de al lado, a las que pueden faltarle cosas que no tienen que ver con una casa o un plato de comida, sino que con una simple conversación con alguien que no tiene familia, por ejemplo.
¿Y el voluntariado te ha dejado alguna lección?
Cuando comencé a ser voluntario no veía la vida como la veo ahora, donde he conseguido un equilibrio en cuanto a lo emocional y lo material, porque ya no me complico, por ejemplo, cuando me falta dinero para comprarme el más moderno aparato electrónico. Y eso es porque descubrí que existen personas que viven en la periferia de La Serena que viven con lo mínimo. Son familias grandes que siempre nos reciben alegres, siendo que sólo tienen el pan y el té; de lo cual se aprende a ser feliz siempre, por más que no se tenga todo lo que deseas.
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“Aprendí que haciendo pequeñas cosas se puede hacer feliz a los demás”