Mes de la niñez: el rol del adulto, más que un deber
En nuestro país, el mes de la niñez se celebra en agosto. El segundo domingo de agosto se conmemora el día de la niña y el niño, y el mes completo nos dedicamos a destacar la importancia de proteger, cuidar y de garantizar los derechos y el bienestar de la infancia.
En esta oportunidad quiero detenerme y destacar la importancia y el rol del adulto, enfatizando en que lo que más fortalece a nuestras niñas y niños es la participación de la familia como primer educador, un vínculo seguro con un adulto significativo ayuda a los niños y niñas a desarrollar habilidades esenciales como la resolución de problemas, la comunicación, la gestión de las emociones y la autonomía, habilidades que son fundamentales para el éxito, no sólo a nivel escolar, sino que en cada etapa de la vida.
Un vínculo seguro con un adulto de referencia, un adulto sano física y mentalmente provoca un impacto en el bienestar emocional, si a esto sumamos un ambiente familiar de apoyo y participación se fortalece la confianza de los niños y niñas en sí mismos y en sus habilidades, lo que contribuye a una mayor autoestima, elemento que juega un papel de vital importancia en la salud mental de nuestros niños y niñas, ayudándolos a desarrollar habilidades de afrontamiento de situaciones de conflicto, a potenciar las relaciones sociales estables, fomentando un ambiente de comunidad, sentido de pertenencia e identidad, pilares básicos de nuestra sociedad.
Cuando el adulto no está conectado, el vínculo afectivo se pierde y esto genera un riesgo, los niños y niñas perciban que nadie los quiere, que nadie se preocupa por ellos, que nadie los escucha y es esto lo que los impulsa a buscar esos vínculos en otros espacios. En educación inicial diferentes especialistas plantean que: “A mayor desconexión familiar, menor vinculación afectiva. Esto genera un riesgo, donde entran en juego, por ejemplo, las pantallas, la falta de comunicación en el hogar, la búsqueda de estímulos externos, y las consecuencias de esto son profundas. Se reflejarán después en la adolescencia, pero su origen está en la ausencia de ese espacio seguro donde sentirse reconocidos y vistos desde la infancia».
Como adultos no podemos evitar los tropiezos y caídas de nuestros niños y niñas, pero es imperante que sepamos estar presentes cuando se levantan de cada caída, cuando se equivocan es necesario acompañar, escuchar, guiar, debemos permitirles frustrarse, intentarlo una y otra vez hasta conseguirlo, eso es lo que los y las educa. No hay que evitar los procesos en la infancia, como adultos tenemos que saber acompañarlos, sin dejarnos guiar por nuestros propios miedos.