Santo Tomás y la prudencia
Tomás de Aquino (1224-1274), gran teólogo y filósofo nacido en Roccasecca, Reino de Sicilia de la actual península Itálica. El eco de su sabiduría es, indudablemente, vasto y profundo. Echa raíces en la filosofía escolástica a través de su ingenio, agudeza, método y rigurosidad en sus escritos y enseñanzas. Desde los grandes problemas teológicos, pasando por la metafísica, la ética y la política, se convierte en un gran intelectual de la época. Además de su inobjetable erudición en materias teológicas y filosóficas, es un hombre de fe cristiana. Este dominico profesaba la razón y la fe en un mismo horizonte unitario, cuya cristalización siempre tenía en vistas a Dios mismo.
Desde muy joven se caracterizó por ser un estudiante reflexivo, riguroso y de mucha fe. Cuenta la historia que algunos de sus compañeros de estudio lo llamaban el “Buey Mudo” por su gran robustez y marcado silencio en su carácter. En su defensa, uno de sus maestros más influyentes, Alberto Magno, señaló con plena convicción que algún día los sabios mugidos de Tomás resonarían en el universo entero. Esta grandeza intelectual se traduciría, finalmente, en su reconocimiento como Doctor Angélico por parte de la Iglesia Católica.
¿Qué palabra sabia nos ofrece el “mugir” de este gran Doctor Angélico en la actualidad y, particularmente, en nuestra recóndita sociedad?
Sin lugar a duda, muchas de sus fructíferas lecciones serían importantes de estudiar y comentar. No obstante, atendiendo a la actual crisis en el convivir de nuestra sociedad, algo fundamental de destacar en Santo Tomás es la enseñanza de la “prudencia”. Se trata, en buenas cuentas, del hábito que nos permite determinar, desde el contexto de acción, los caminos o medios más adecuados para alcanzar la “vida buena”. Efectivamente, la vida buena para nuestro Santo no riñe contra la moral, pues no permite hacernos daño a nosotros mismos y tampoco a los demás. En la vida buena se obedece y respeta el bien común y, a su vez, el bien común es bueno para todos porque favorece y facilita la autorrealización de las personas. En la vida buena el prudente se preocupa de analizar la situación que se presenta y, a partir de ello, es capaz de anticiparse a las consecuencias de su decisión. De ahí, la responsabilidad de los padres en ir enseñando a sus hijos esta virtud cardinal, madre de todas las virtudes. Un buen consejo, entonces, es ir cogiendo el buen hábito de pensar antes de actuar.
El mugir de este Santo es un eco que atraviesa las acciones humanas desde nuestras particulares y pequeñas decisiones domésticas en la vida cotidiana hasta las grandes decisiones políticas de nuestro país; tanto para el ciudadano común como para las autoridades con responsabilidad pública. Tal vez, la palabra de moda deba ser prudencia, que no es lo mismo que “prolijidad”. Podemos llegar a ser prolijos en algo que no es, necesariamente, prudente.