Caridad IV
La existencia me revela que soy de mi propiedad, pero no soy mío. Mi ser es un regalo otorgado por Dios que le debo devolver. Esta paradoja nos hace contemplar que sólo damos a Dios lo que siempre es de Él. Es el misterio de la libertad. Gilson dice respecto del hombre:
“La inclinación que Dios le ha impreso al crearlo no es natural; es una inclinación voluntaria, de lo cual resulta que es criatura, imagen de Dios como todas las otras, y más excelentemente que muchas de ellas, es dueña de sus actos”.1
Ser dueño de mis actos constituye una fuente de misterios. ¿Queda Dios absolutamente aparte y ajeno a mis acciones? Decir que este don no es natural, sino del hombre mismo, ha provocado innumerables reflexiones. Estos cuestionamientos han tratado de dilucidar el problema, que otros dejan como problema. El hecho de que existan mandamientos o reglas , que se entienden como derecho natural (el decálogo mosaico, el código de Hammurabi), nos hace pensar que somos nosotros los que acatamos o nos rebelamos frente a ellos. No tiene sentido mandar a alguien que no pueda desobedecer. También nuestra propia conciencia es testimonio de la libertad humana. Ella acusa nuestra responsabilidad y el señorío de nuestras acciones. Declara, en forma inexorable, que han emanado de nosotros mismos. Se pueden sobrenaturalizar las elecciones de nuestra voluntad y las deliberaciones de nuestro intelecto, cuando se vive conforme a la gracia divina.
Habitando ella en nosotros, podemos dirigir la libertad en sintonía con el querer de Dios. De esta manera:
“… evidentemente podemos rehusar entregarnos nosotros mismos a Dios, negarle nuestra voluntad y nuestro corazón, en ese sentido también podemos dárselos. Lo que es Suyo por derecho y no existiría ni por un instante si dejara de ser Suyo (tal como la canción es del cantante), El, no obstante, lo ha hecho de tal manera nuestro que libremente podemos ofrecérselo de vuelta ‘nuestras voluntades son nuestras para hacerlas Tuyas’”.2
De todos los peligros del amor ,el más nefasto, lo sintetiza Lewis, afirmando que
“No bien creemos que Dios nos ama, sentimos el impulso de creer que lo hace no porque él es Amor, sino porque intrínsecamente merecemos ser amados”. 3
Realmente es absurdo creer que a Dios le podemos dar: Él es todo. No necesita de nosotros. Yo no merezco su amor por más méritos que haga. El Amor de Dios siempre va a venir de Él y no va a ser causado por ningún mérito ni belleza personal. La criatura es toda de su Creador. La gratuidad de la existencia ya lo comunica. Por esto, no ver esta realidad, es no ver el fundamento del Amor Mismo.
1 GILSON, Etienne. El Tomismo Desclee, Buenos Aires, 1951. pp.352-353
2 LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile. 2001. p. 155
3 LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile. 2001. p. 157