Pensar la educación desde Tomás de Aquino
Santo Tomás de Aquino (1125-1274), constituye una de las mayores figuras del pensamiento occidental. Nuestra Institución lleva su nombre, pero resulta interesante comprobar cómo muchos de los que laboran al interior de ella y muchas personas de a pie, no conoce quién es este personaje. El propósito de estas líneas es presentar algunas claves para pensar la educación desde los planteamientos del Patrono de las Universidades Católicas y de quien da nombre a nuestra Institución educativa.
El Tomás filósofo
Tomás fue formado por Alberto Magno, uno de los principales maestros escolásticos, gracias al cual conoce la doctrina filosófica de Aristóteles. Lo que hace Tomás es cristianizar al filósofo griego, es decir, va a pensar la fe cristiana a la luz de las categorías filosóficas de Aristóteles. Dos elementos quisiera rescatar en este primer momento. El primero de ellos es lo que se conoce como teoría hylemórfica. Esta palabra griega significa materia (hyle) y forma o alma (morphé). La teoría hylemórfica aristotélica afirma, entre otras cosas, que la persona humana se compone de un cuerpo y de un alma. Es una antropología unitaria. Cada uno de nosotros somos “almas-espíritus encarnados en una historia concreta”. No podemos escapar de nuestro contexto, ya que nuestro contexto nos va definiendo y también provoca que nos relacionemos con otros, con el medio ambiente y también con Dios. Por lo tanto, una educación en clave tomista debe considerar que el ser humano es alguien que responde a relaciones y que en dichos encuentros va aprendiendo y forjando su propia personalidad. No educamos solamente lo intelectual. Hemos de educar el ser, el hacer, el conocer y el convivir como dijo Jacques Delors.
Un segundo elemento aborda lo que se conoce como la teoría de las cuatro causas. Aristóteles concibe que todo lo que se ha creado ha respondido a un proceso. La primera de estas causas se denomina “formal” y hace referencia a la idea, al proyecto, al modelo que inspiró la obra que tenemos delante de nosotros. La segunda se llama causa “eficiente” y se relaciona con el constructor, con aquél que confeccionó con sus manos e inteligencia el producto final. La tercera causa recibe el nombre de “material”, y hace referencia al material con el cual se construye. La cuarta y última causa se llama “final”, y se comprende desde el para qué utilizaremos lo que hemos construido. Con esto tenemos el desafío de pensar la educación como un proceso, algo que va del menos al más. Los procesos de enseñanza-aprendizaje requiere de un trabajo conjunto, de aquél que piensa con otros, de cómo esa idea es llevada a la práctica en conformidad con una visión y misión institucional, de evidenciar que no solo los profesores son los artesanos, sino que también lo son nuestros estudiantes, sus familias, personal administrativo, de aseo, y también del país al cual serán enviados nuestros niños y jóvenes. Las cuatro causas implican finalmente el desafío de construir una educación integral e integradora de todos los que conforman el cuerpo educativo, social, político, religioso y cultural.
El Tomás teólogo
Uno de los elementos principales de la teología tomista es lo referido a la ética. Este concepto hace referencia al estudio del comportamiento humano – la moral. Ética proviene de la palabra griega éthos que significa “lugar donde se habita”. Por ende, cada uno de nosotros vivimos en un éthos determinado, el cual vamos construyendo y también destruyendo. La ética para Aristóteles y para Tomás tiene como punto de desarrollo máximo el logro de la felicidad por parte de la persona humana. Es lo que se conoce como ética eudaimónica (eudaimonía que significa felicidad). Ahora bien, ¿qué significa educar la felicidad hoy?, o podemos preguntarnos más acuciosamente ¿estamos educando a nuestros niños y jóvenes para la felicidad? ¿les damos las herramientas para que se conviertan en constructores de espacios de paz y de felicidad?
Resulta crítico comprobar que el actual modelo educativo se fundamenta en una educación competitiva, que ve al estudiante como alguien que sólo producirá bienes materiales. No existe una educación basada en la justicia, en la excelencia, en el respeto a la dignidad del otro ni tampoco en la formación para la diferencia. La diferencia, los extraños, los que no comparten nuestros códigos de vida nos asustan y los terminamos convirtiendo en enemigos. La ética que apunta hacia la felicidad exige de los docentes, de los estudiantes y de todos los que conforman en espacio educativo que nos planteemos el desafío de construir espacios éticamente sustentables, eso que el Papa Francisco ha denominado “ecología humana”.
Estos elementos proporcionarán herramientas, brújulas – no mapas – que permitirán que la persona pueda ir trazando caminos de armonía y de paz. Debemos plantearnos la tarea de educar la felicidad de nuestros niños y jóvenes. No necesitamos más ansiolíticos dependientes. Necesitamos personas libres, soñadoras, creativas, utópicas, que busquen nuevos caminos de diálogo y de respeto mutuo. Necesitamos también educar para el fracaso. En nuestra época exitista el fracaso, las caídas son juzgadas hasta más no poder. Pero resulta que el que ha tocado fondo ya no tiene nada más que perder. Educar las alegrías y las tristezas, los logros y los fracasos, nos pone en la perspectiva de una educación verdaderamente humana.
Para finalizar
Tomás de Aquino nos impone varios desafíos especialmente en una hora de nuestra sociedad en la que la comunidad humana demanda la presencia de profesionales íntegros nacidos de una educación verdaderamente humana. En primer lugar ser hombres y mujeres que busquen y busquemos el conocimiento. Tomás también fue un joven estudiante universitario que se empapó de su cultura y quiso conocer todo lo que lo rodeaba. El Tomás estudiante es la imagen del estudiante que ama lo que hace, y que lo hace por una vocación y no por una obligación.
En segundo lugar el diálogo entre las ciencias, especialmente entre la fe y la razón. Para aquellos que tenemos el don de la fe hemos de saber utilizar el camino de la razón para poder comunicar a otros el centro de nuestra creencia. Para los que no se consideran creyentes, buscar el camino para lograr una vida buena, más humana, más llevable.
En tercer lugar mantener esto de la “causa final”, del sentido último que le damos a nuestras acciones. ¿Para qué estamos aquí? ¿Cómo nuestros estudios lograrán que otros puedan gozar de mejores condiciones de vida? ¿Cómo superar las situaciones de injusticias desde nuestras particulares profesiones? Estas y otras preguntas fundamentan la causa final propuesta por Tomás que él asume de Aristóteles.
Finalmente construir siempre una vida éticamente buena. Tomás asume que el centro de la ética y de la moral es el amor, la caridad vivida tanto con nosotros mismos como con los otros. Los demás, especialmente los que viven sin amor deben ser los partícipes de nuestras acciones. Recordar siempre que la ética nos dice que cada acción que hagamos impacta positiva o negativamente en los otros. Es tarea de nosotros escoger entre lo bueno y lo malo, tratando de buscar siempre la consecución de los fines que tienden a los bienes.