PSU y el uróboro social de Chile
El uróboro es un concepto mitológico, presente en diversas culturas – al menos -durante los últimos tres milenios. Es una representación de una serpiente o un dragón devorándose a sí mismo por la cola. En términos generales, representa la naturaleza cíclica de las cosas, pero también la forma en que las sociedades al compás de su desarrollo van, simultáneamente, generando las condiciones para su ocaso. Grandes civilizaciones como la egipcia, griega o romana tuvieron su caída a pesar de los avances y logros obtenidos. Esto es, en parte, lo que hemos visto en Chile estos últimos 3 meses: un país que no ha sido capaz de hacer el sacrificio que faltaba para resolver de forma adecuada sus falencias, y frente a la crispación social y a un Estado que permaneció perplejo, sin reacción ni capacidad de decisión para tomar las medidas que permitieran dar curso a soluciones concretas en un contexto de paz y orden, que en el fondo y en la superficie todos los deseamos. Si el uróboro social de Chile va devorando su extremidad inferior con mayor velocidad de la que es capaz de regenerarse, finalmente, no quedará nada.
Lo sucedido con la PSU es un claro ejemplo de cómo se va degradando un sistema social y algo que por generaciones (reconociendo que precisa de mejoras después de 17 años de aplicación) se ha aceptado como el camino honesto para la movilidad social y la esperanza, en la cual muchas familias chilenas depositan el futuro de sus hijos y de las generaciones venideras; ha sido quebrantado por personas sin conocimiento real respecto de los instrumentos de evaluación y selección para la Educación Superior, que evidentemente no están rindiendo esta crucial prueba y que provistos de discursos estandarizados, con una retórica de resentimiento sin consideraciones, han conseguido mediante la violencia y el matonaje, infundir miedo e inseguridad a casi 300 mil jóvenes con sueños de superación y progreso.
¿Quién en su sano juicio y con criterio formado desearía boicotear una instancia como esta? Los días 6 y 7 de enero viví con especial empatía la angustia de tantos padres que acompañaron a sus hijos e hijas a rendir las pruebas y se enfrentaron a personas que se mostraron insensibles, narcisistas e irrespetuosos, tanto de la autoridad como de los adultos que con argumentos los llamaban a la cordura.
Lamentablemente, el daño causado no se reivindicará con disculpas o con excusas de una causa superior tan ignorante como sus propios adherentes. Chile perdió y aunque en el futuro se mejoren las condiciones de acceso a la Educación Terciaria, será cada vez más difícil acercarnos a los mejores sistemas del mundo desarrollado que, por supuesto, no son los de nuestros países vecinos, con los que tanto gusta compararse a una parte minoritaria de nuestra sociedad.