A propósito de la rabia que sentimos como país
Para comenzar
A nadie le resulta extraño que nuestro país, nuestro pueblo, la gente de a pie, el hombre y la mujer de la calle sienten y sentimos rabia. Rabia de los gobernantes, rabia de los que destruyen la propiedad pública en cada marcha convocada, rabia de los delincuentes, rabia de los que mueren, rabia de la Iglesia, rabia de los dirigentes del fútbol, y un largo etcétera. Esto me ha llevado a preguntarme ¿es posible pensar, reflexionar y vivir una rabia evangélica? ¿nos da pistas el Evangelio de cómo encauzar la rabia? ¿Sintió Jesús de Nazaret rabia? Si decimos que no, estamos negando el dogma cristológico que dice que fue verdaderamente hombre, es más, que plenifica nuestra humanidad. Por ende, si le quitamos el factor psicológico “rabia” lo estamos convirtiendo en un medio – hombre o solo en un Dios. Ahora, también confesamos a Jesús como Dios. Entonces nos preguntamos ¿siente Dios rabia? Pregunta difícil y respuesta otro tanto. Les propongo por tanto ir pensando esta posibilidad de vivir y experimentar una rabia evangélica. Ojalá que estas líneas sirvan de pre-texto para seguir reflexionando sobre cómo los creyentes hemos de reaccionar ante las situaciones que nos dan rabia, que nos ofuscan, que nos desbaratan.
Preludio cristológico
Anteriormente nos preguntábamos si Jesús sintió rabia y decíamos que sí. Es algo que no deberíamos negar, ya que el año 381 en el llamado Primer Concilio de Constantinopla la Iglesia definió dogmáticamente, o sea a modo de verdad de fe, que Jesucristo era verdadero hombre. Antes, el 325 había definido que era verdadero Dios en el Concilio Ecuménico de Nicea. Pero ¿qué significa que Jesucristo, el Hijo de Dios, es verdaderamente humano? Significa que él conoció, sufrió, ignoró muchas cosas, que padeció y que murió como cualquiera de nosotros y nosotras. Y también significa que sintió rabia.
Considerar a Jesucristo como verdadero hombre puede parecer una obviedad, pero resulta que no es así. Es más, muchos creyentes tienen temor a hablar de la humanidad de Dios en Jesús ya que la ven como signo de debilidad. Pero si no consideramos su humanidad estamos a su vez negando una de las principales afirmaciones de nuestra salvación: “lo que no es asumido no es redimido”, es decir, para que podamos ser salvados fue necesario que Dios en Jesús asumiera toda nuestra humanidad, con excepción del pecado claro está, ya que el pecado deshumaniza, nos deshumaniza. Es más, el Concilio Vaticano II hace 51 años dijo que el misterio del hombre (de la persona humana) se esclarece y se comprende a la luz del misterio del Verbo encarnado, del Hijo de Dios que asumió la humanidad de cada uno de nosotros en la cual consecuentemente se encuentra la rabia. Por ello no es falso sostener que Dios en Jesús asume la rabia, ya que ella es parte de nuestra psicología humana, psicología que también Él poseyó como persona histórica y humana concreta. Luego de este preludio cristológico, veremos cómo Jesús asume la rabia y la utiliza como medio de anuncio del Reino. Es el fundamento de la rabia evangélica.
¿Jesús enrabiado? Pistas para pensar una rabia evangélica
El teólogo peruano Eduardo Arens escribió a finales de la década de los 80 un libro titulado “La violencia y el Evangelio: ¿Cuál fue la actitud de Jesús ante la violencia?”. En su planteamiento, Arens se pregunta si la violencia fue parte del programa mesiánico de Jesús, a lo cual comenta que uno de sus rasgos característicos es que no discriminó a nadie sino que acogió a todos, sobre todo a los marginados, también que era manso y humilde, o sencillo y pacífico. También reconocemos en Él a una persona afable y amigable, alguien que perdona incluso cuando lo están asesinando. Pero ¿qué pasa con esos textos donde Jesús se muestra violento o enrabiado?
Pensemos por ejemplo en la escena de la expulsión de los mercaderes del Templo narrada por los cuatro evangelios (Mt 21,12-13, Mc 11,15-17; Lc 19,25-46; Jn 2,14-16). ¿Por qué o contra qué o quién siente rabia Jesús que es capaz de expulsar con látigo a los vendedores del Templo? ¿Cómo se compagina esta actitud con su pacifismo? El ataque de Jesús y su rabia no fue contra los vendedores sino contra la actividad comercial que se desarrollaba dentro de la Casa de Oración. Si el Templo era el lugar más sagrado de Israel en el cual el creyente se encontraba con Dios, a Jesús le da rabia que el lugar se hubiera convertido en un centro de comercio y una cueva de ladrones. Su rabia evangélica se articula en su contraposición profética al dios del dinero, a la forma en la que los dirigentes religiosos utilizaban la Casa de Dios, a comprender que el lugar Santo era ahora una plaza de lucro desmedido.
La rabia de Jesús, su pasión por Dios y por el ser humano, son fuerzas que fundamentan incluso la esperanza. Con ello, la rabia y la esperanza resultan unidas. Si sentimos rabia por situaciones injustas es porque creemos que las cosas pueden ser distintas, porque aún mantenemos la firme convicción de que otro mundo puede ser posible. Si el Evangelio es buena noticia para los marginados de todas las épocas, es porque su mensaje es justamente una gran protesta profética contra aquellos que marginan a las grandes mayorías de nuestras comunidades humanas.
¿Por qué nos enrabiamos? La rabia, comenta Giovanni Cucci (2012) nace de la frustración que la persona siente ante determinados deseos y necesidades esenciales, por ejemplo, las injusticias, la falta de reconocimiento, la falta de liderazgo, la poca seguridad en las calles, la sensación de temor o la sensación de que la dignidad personal es atropellada. Jesús sintió rabia por estas cosas. Jesús probablemente lo hizo sentir, diciéndolo y haciendo acciones que eran en definitiva signo del Reino presente en la vida de los seres humanos y en la historia. Reconocer nuestra rabia y reconocer la rabia de Jesús es, a mi entender, una clave incluso para vivir una espiritualidad evangélica de la rabia. La rabia siempre es un llamado de alerta que nos hace reconocer que la cosa no anda bien. Los que sienten y sentimos rabia es porque algo nos parece injusto. Pero una cosa es la rabia bien vivida y bien canalizada y otra es la rabia destructiva y enajenante. Eso no es una salida digna ni para la persona que la padece ni para el otro que la sufre, muchas veces sin arte ni parte.
¿Es posible vivir y experimentar una rabia evangélica? Sí, es posible y es legítimo. Los cristianos hemos de enrabiarnos, vivir la “alegre rebeldía” como dice una amiga, porque creemos que Dios en Jesús está actuando de manera radicalmente nueva. Si los cristianos creemos que la esperanza es aquella virtud teologal que nos mueve, hemos de comprender que ella no es adormecimiento sino que es la invitación a estar despiertos de manera de discernir los signos de los tiempos. La esperanza nos hace enrabiarnos porque evidenciamos que todas esas actitudes que nos queman por dentro son contrarias al proyecto original de Jesús. Si los creyentes experimentamos la rabia es porque ella también fue asumida por Jesús en la Encarnación, y más encima que fue dignificada, siempre y cuando ella respete al otro y lo dignifique. No es malo sentir rabia, pero si es un vicio cuando ella atenta contra la libertad de los otros, sobre todo de los últimos.
La humanidad de Jesús es un misterio que no acabaremos nunca de comprender. Es algo que nos sobrepasa. Él fue el mejor de los seres humanos que nunca ha existido y que nunca existirá. Su rabia como verdadero hombre que fue, nos mueve a sentir rabia evangélica, rabia inspirada en el Reino, en las bienaventuranzas. Jesús de Nazaret y su mensaje nos brindan múltiples pistas para pensar nuestra acción en el mundo y en la historia. Aquí hemos querido reseñar algunas consideraciones a modo de pre-texto. Ahora la puerta queda abierta para que las comunidades y los lectores puedan y podamos seguir pensando esta rabia evangélica.