Sigo creyendo en el ser humano
Seguimos viviendo y escuchando hechos y noticias, algunas de ellas estremecedoras por su crueldad, y otras, por el contrario, llenas de humanidad y de esperanza. Las crisis sacan a relucir lo mejor y lo peor que hay en cada uno de nosotros. Eso, que lo sabemos muy bien en la teoría, se está validando a día a día desde hace más de un mes. Y la pregunta que me hago, -y todos tenemos algo de filósofo en nuestro interior- es inevitable: ¿qué nos está pasando como seres humanos, o, incluso más radical, qué es eso que, en tanto que personas, nos hace capaces del heroísmo y de la maldad más terrible, en qué consiste la naturaleza humana?
Los escépticos renunciarían a toda respuesta, o la tendrán por inaccesible. Los nihilistas materialistas pesimistas aludirían a la famosa descripción de Hobbes de que el hombre es un lobo para el hombre, que sólo se mueve por su propio interés y por eso ve en el otro únicamente un competidor, nunca un colaborador, ni menos un hermano. Los optimistas poco realistas quizás remitirían a la doctrina de Rosseau: el hombre es bueno por naturaleza, la sociedad le corrompe; por eso mejor vivir aislados, sin sociedad o Estado corruptores. Y aunque estas líneas son, y soy consciente, muy simplificadoras, tocan algo realmente crucial de estas visiones del ser humano. Pero no son suficientes, pues no somos ni una cosa ni la otra. Es verdad que no siempre es fácil descubrir en los demás su faceta de colaborador en el bien, porque cuesta superar el egoísmo; tampoco es fácil quererse a uno mismo, porque sabemos que debemos arrancar malas hierbas que no son buenas ni para nosotros ni para los demás; ni lo es organizar la convivencia y el bien de una sociedad tan grade como la nuestra desde la autoridad.
Somos seres libres, extremadamente complejos, en los que coexiste la búsqueda del bien y la tendencia a lo fácil, lo inmediato, a hacernos el centro, a olvidarnos de que no hay derechos sin deberes, de que la libertad verdadera es muy exigente. Somos libres, pero el miedo y la presión coaccionan la libertad y se utilizan para manipular. Somos libres, sí, pero nuestra libertad debemos aprender a manejarla. No es obvio cualquier acto libre, por el hecho de serlo, sea bueno. No. Eso un sofisma barato, pero muy atractivo que mueve a mucho a la hora de actuar. Dañar la propiedad privada, atacar, insultar y denigrar a los encargados de velar por el orden, sólo por cumplir ese rol, generalizar sobre personas, o entidades sin conocimiento de causa, exigir sin saber lo que se pide… creo son ejemplos que vemos todos los días.
Sin embargo, mientras seamos libres y vivamos, podemos aprender a hacer buen uso de la libertad: ese es el verdadero desafío: obrar moralmente bien, de acuerdo a la virtud. He ahí el motivo de no perder la esperanza en el ser humano, el que le hizo escribir a Ana Frank, en su famoso diario: “Sigo creyendo en el hombre”, y por eso tampoco Dios desespera de nosotros, porque su paciencia es infinita y porque lo demostró dando su vida por amor al dejarse matar por quienes creían hacían buen uso de su libertad.