Cara o sello
En abril de 2006 los estudiantes secundarios de Chile levantaron la voz, rompiendo la resignación por el valor y calidad en la educación, hoy 13 años después estamos enfrentando un conflicto social de mayor extensión y complejidad, que por su intensidad sorprendió a la inmensa mayoría de nuestras autoridades pero que, como vimos, se venía larvando y alimentando por innumerables actos de abuso e indolencia a las precarias condiciones económicas y sociales en que se encuentran parte importante de nuestros compatriotas. El 18 de octubre la gente despertó y se alzó, el problema es que ese legítimo sentimiento de rebeldía hacia el abuso se contaminó con los actos de desadaptados que validan la violencia como forma de terminar los conflictos, contagiando a muchos jóvenes la sensación de que si no es de esa manera “no se va a escuchar al pueblo y todo será inútil”. Efectivamente la violencia puede ser una vía para concluir un conflicto mediante el sometimiento del adversario, pero nunca será el camino para solucionarlo, baste revisar la historia reciente de nuestro país. El daño que las manifestaciones descontroladas han provocado a las fuentes de trabajo, de transporte, de abastecimiento, de emprendimiento, de educación no sólo están destruyendo la infraestructura del país sino la propia relación social y eso es bastante más preocupante. Las edificaciones se pueden reconstruir, pero las relaciones sociales no se recomponen tan fácilmente (“ni perdón ni olvido” es un ejemplo de ello). A mi entender, si no hay un llamado transversal y sin condiciones a la paz y al orden, por parte no sólo de los políticos, fundadamente desprestigiados, sino de todos los líderes de opinión, a privilegiar el diálogo constructivo y generoso, el daño será irreparable, resultando muy difícil salir de la inseguridad, del temor, la angustia que nos afecta diariamente como miembros de esta sociedad. El llamado es a respetar la institucionalidad, por endeble que parezca, porque si no nos sometemos al Derecho nos veremos obligados a someternos a la Ley … del más fuerte.