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Estudiantes del área de salud tuvieron su tradicional investiduraExperiencia Transformadora: Misiones Interuniversitarias Chiloé Julio 2022
Del 18 de julio al 1 de agosto del 2022 se llevaron a cabo en la isla de Quehui, Chiloé, unas misiones muy especiales: entre estudiantes de diversas, carreras, Universidades, y países. No sólo impactaron en la comunidad, sino que ellos mismos fueron impactados.
Gracias al apoyo de ICUSTA para proyectos solidarios, 30 jóvenes de varios países se unieron en el sur de Chile, para poner sus talentos y tiempo al servicio de la comunidad de Chiloé, cosa que les hizo crecer en todas sus dimensiones. Desde España la Universidad Católica Santa Teresa de Ávila y la Universidad San Vicente Mártir de Valencia, se unieron a la Universidad Santo Tomás en este acariciado proyecto que, por la pandemia, hubo de retrasarse dos años.
Un total de 34 participantes: 17 de españoles y el resto de Chile, dieron vida a las Misiones Interuniversitarias en la isla de Quehui, desde del 18 de julio la 1 de agosto de este año. Junto a los jóvenes estudiantes, las coordinadoras de la misión (Escuela de Voluntariado ONG Berit, Pastoral de la Santo Tomás -con apoyo de la Dirección de Formación e Identidad), y los profesores compartieron con la comunidad en diversas áreas y crecieron en amistad, en fe y en solidaridad durante esos días. Renovaron a la comunidad que encontraron en esperanza.
El aislamiento que provocó la pandemia lo superaron gracias a su entrega y escucha acogedora, a su invitación a celebrar y orar juntos. Y, por su lado, los misioneros también se renovaron. Hicieron vida el lema de la misión: “llévame a servir”. Y como ellos fueron los protagonistas, así que les damos la palabra para que nos lo cuenten:
César Palacios Cuéllar, estudiante PhD Microbiología, Universidad Autónoma de Madrid, relata con detalle:
““Cuando haces misión, al final recibes más de lo que das”. Esta frase la escuché en una charla de formación meses atrás, mucho antes de venir a misionar por primera vez a un país completamente desconocido para mí como es Chile y ahora puedo confirmar que es absolutamente cierta letra por letra.
Los días que pasamos en Chiloé y, más concretamente, en la isla de Quehui, nos sirvieron para darnos a los demás y colaborar con la comunidad de muy diversas formas: consultorios médicos básicos, ayudar al maestro de la escuelita rural San Miguel con sus alumnos de diversas edades, obra social en la iglesia parroquial de San Miguel, visitas casa por casa a todos los vecinos de la zona y comunidades anexas para conversar y registrar sus principales carencias materiales y espirituales etc. Fueron solo 10 días aproximadamente y ya sabíamos que nuestro objetivo no sería cambiar el mundo, pero, ¿acaso la transformación del mundo no empieza con la conversión íntima y profunda de personas concretas e individuales?
Podría extenderme hojas y hojas hablando de la alegría que hemos vivido y compartido con la gente local de Quehui. Personas entrañables, tiernas, acogedoras, sencillas… ¿Cuántos desconocidos te abren la puerta de su casa para dejar que te duches en su propia casa? ¿Cuántos desconocidos te preparan tartas y dulces hasta el límite de no poder ingerir más azúcar a riesgo de sufrir diabetes? ¿Cuántos desconocidos te abren la puerta de su casa y su corazón para compartir contigo su experiencia vital? Sin embargo, en mi testimonio me centraré en la otra cara de la moneda: los misioneros.
Cuando participas en proyectos de esta envergadura descubres que toda la alegría, fe y fuerza del espíritu que predomina en el ambiente subsiste en una relación bidireccional que va del misionero al necesitado, pero también, y quizás de una forma más especial, del necesitado al misionero. Un compañero chileno, en su testimonio del último día, nos contó cómo habíamos conseguido hacer misión en él mismo. Precioso, ¿verdad?
La misión no consiste única y exclusivamente en reparar iglesias, construir escuelas, tomar la tensión a personas mayores y cargar con comida de un sitio para otro. La misión, en su núcleo más auténtico, consiste en saberte llamado y enviado por Dios para llevar su mensaje y palabras de Vida Eterna a aquellos pueblos que lo ignoran y, sin saberlo, lo necesitan. Dios te llama en España, te envía en un vuelo transoceánico y te espera en el corazón del chilota que vive en una isla perdida en la otra punta del mundo.
Esta concepción cristocéntrica de la misión es lo que nos diferencia de hacer voluntariado y por mucho que se explique teóricamente en charlas formativas en tu lugar de origen, hasta que no lo experimentas en tus propias carnes, no llegas a esta conclusión. Hasta que no ignoras el frío, la incomodidad y la comida que no te gusta para centrarte en limpiar tu sede, preparar una misa o tomar una lancha para ayudar en otra isla, tu corazón no comienza a experimentar esa conversión de la que hablábamos al principio y a comprender que las cosas más importantes de la vida no son cosas.
Yo he sido testigo de esa experiencia transformadora y arrolladora en muchos de mis compañeros y también en mí mismo. Yo vine a Chile con fe, pero con muchas incertidumbres y temores en mi interior. Temor al futuro impredecible, al pasado que te persigue, al presente que no sabrás si afrontarás exitoso y, sobre todo, temor a ti mismo. Salgo de la misión renovado, con mucha más confianza en mí mismo y quizá con las mismas incertidumbres, pero sabiendo que estamos en manos de Dios y que Él nos irá guiando paso a paso, cuando verdaderamente lo necesitemos, y no en la inmediatez a la que estamos acostumbrados.
La misión me ha ayudado a confirmar la vocación en mi vida. Deseo consagrar mi existencia a llevar la Misericordia de Dios a toda persona de corazón contrito y su consuelo al necesitado que sufre, tanto de carencias materiales como espirituales. Porque dando se recibe, confiando se ve y muriendo por los demás se vive para siempre”.
También desde Chile compartieron su vivencia. Samuel Mollo Barrios, de 2° año de Psicología de UST de Arica dice:
“Definir la experiencia de hacer una misión para ayudar a la pequeña comunidad de Quehui en la isla de Chiloé es como tratar de definir la conciencia humana: forma parte de la vivencia individual de cada misionero participante, que observó con admiración todo lo vivido. Hubo inconveniente -climáticos, de adaptación, de planes- y en eso creo mi espíritu se fortaleció. Al llegar a Quehui muchas de mis expectativas se desvanecieron y aparecieron las verdaderas carencias de la comunidad que, más que pobres, son ricas en solidaridad, cercanía y amor al prójimo. Al pasar de los días fuimos llenados de historias llenas de risas, enojos y llantos, que forman parte del carácter humano y fueron las mismas que llenaron de entusiasmo nuestra escucha. Finalmente creo haber cambiado tanto espiritual, mental y profesionalmente gracias a la misión. Logré ayudar a los ciudadanos de la isla y llegar a rincones donde se me esperaba con entusiasmo para hablar de cosas aparentemente sencillas, pero en su comprensión y profundización terminamos reflejados tanto misionero como residentes en el diálogo, que, llegada su conclusión. nos llenaba a ambos de alegría esperanza y sabiduría”.
Natalia, recién egresada de enfermería de Valencia, dice: “Ha sido una experiencia que me ha cambiado a nivel personal. Me ha recordado lo importante que es vivir con sencillez y humildad nuestro día a día al igual que lo hizo Jesús. Me he sentido realizada, hace poco que soy enfermera y tener la oportunidad de ayudar en el aspecto sanitario de la misión ha sido un placer, una gran oportunidad para mí. Fui con muchas ganas de darme a los demás y ayudar en todo lo que pudiese, pero volví con mucho más, recibí algo mucho más grande de lo que podía dar. Me he dado cuenta en esta misión que misionar es algo q me encanta, algo que me llena y que, sin duda, seguiré haciendo a lo largo de mi vida”.
Uno de los que participó de la Ust de Santiago, Nicolás González, de 4° Enfermería, compartió su experiencia.
“Soy Nicolás González, tengo 27 años y estudio mi décimo semestre de la carrera de enfermería en la Universidad Santo Tomás sede Santiago.
Al comenzar la misión tenía muchos miedos que me impedían estar tranquilo conmigo y enfrentarme a este desafío con tranquilidad, pero fui con todos mis miedos e inseguridades incluidas, sin embargo, nunca existieron dificultades que representaron un real problema del cual preocuparme, porque, sin duda tener fe fue lo que más me ayudó enfrentar los desafíos que todos los días nos presentaba esta misión.
Ya viviendo los primeros días de misión comenzamos a conocernos entre nosotros cada vez más, llegando al punto de querer a cada una y cada uno de los que estábamos ahí como si fueran mi familia, siendo en realidad completos desconocidos. Fue una experiencia intensa en la que compartimos todo lo que teníamos desde un pan, una frazada, una chaqueta hasta nuestra misma espiritualidad, cada uno se nutría de del otro y eso nos terminó formando en una unidad inigualable, todos éramos uno.
Santo Tomás nos enseñó muchas cosas, aunque la más importante que yo recuerdo fue la virtud de conciliar, conciliar distintas visiones humanas científicas, filosóficas con la visión de la iglesia. Pensar en esto me ayudó cada día a lograr una convivencia productiva y hermosa con mis compañeros españoles y chilenos, consagrados, laicos, diocesanos, creyentes, practicantes y no practicantes, evangélicos y ateos, no importaba las diferencias que existieran entre nosotros, las que eran muchas, sin duda, porque las cosas que nos unían eran mucho más fuertes, y más importantes como nuestras ganas de servir, pasión que nos guio y nos unió.
Como estudiante de una carrera de salud me llevo una visión distinta a la que tenía hasta antes de esta misión, ahora con una visión más amplia de la realidad de mi país, en donde contemplo las distintas realidades que en él conviven. Me doy cuenta que las necesidades que viven las comunidades lejanas como la comunidad de la isla de QUEHUI son básicas y resolverlas depende de nosotros, los futuros profesionales, y me doy cuenta de que si bien especializarse nos permite crecer como profesionales y ganar grandes recompensas, la mayoría materiales, me quedo con la idea de que la cobertura es más importante que la especialización, el poder llegar donde nadie está llegando no te entrega las recompensas que todo joven podría querer como lo son un buen sueldo, si no, que son recompensas mucho más valiosas como la felicidad, la plenitud y la alegría de servir a quienes más lo necesitan. Estas recompensas espirituales son mil veces más valiosas y trascienden en uno formándonos como personas mucho más ricas espiritualmente, ricos en amor en voluntad y alegría.
Me gustaría poder continuar con las misiones y seguir ayudando a quienes nos necesitan y también a quienes quieren y sientan el llamado de ir a servir a quienes nos necesitan, seguir creciendo en mi fe dejando que Cristo me guíe y haga de nosotros lo que la espera de nosotros”.
Estos testimonios hablan por sí solos, así como sus rostros. Vale la pena emplearse a fondo para que tantas personas, jóvenes y no jóvenes, redescubran la esperanza y la alegría de vivir, se vuelvan a sentir amados por un Padre Dios que se manifiesta en la sencillez de una vida entregada en la misión. Gracias a ICUSTA y a cuantos han hecho posible esta misión que ha transformado a tantas personas.
Si quieres conocer más, te invito a ver el video y a contactarte con Pastoral.