• Para la mayoría de las personas, la enfermería se percibe como una profesión asociada a la compasión y a la ejecución de técnicas o procedimientos a veces incómodos o dolorosos; otros la vinculan erróneamente como silentes acompañantes y colaboradores del médico.

No obstante, esta visión tiene un sesgo inconmensurable que reduce el principal capital de la disciplina. Al encasillarla solo en el terreno de la asistencia técnica o en la sombra de otras profesiones, se desconoce su autonomía, su base científica y, sobre todo, su rol social y político.

La enfermería es una disciplina que reflexiona sobre el sentido del cuidado y tiene conciencia de que atrás de cada acción existe un conocimiento especializado y un posicionamiento ético-político que busca transformar realidades. La acción de cuidar no se desarrolla en un escenario vacío, sino que en un espacio caracterizado por la presencia permanente de desigualdades sociales, donde las decisiones son tomadas en altas esferas de poder y las circunstancias estructurales son las que establecen el acceso a la salud, así como a la calidad y condiciones de esta. Cada actividad realizada por el profesional de enfermería, desde tomar la mano del moribundo hasta la gestión administrativa para la compra de insumos clínico-asistenciales, tiene la carga del reconocimiento de valores tales como la justicia.

La enfermería desde sus propias bases históricas se liga a la política. Primer ejemplo de ello es la misma Florence Nightingale, quien en la guerra de Crimea además de aplicar sus conocimientos sobre higiene, tuvo la valentía de denunciar un sistema militar lleno de negligencias que significó la muerte de miles de soldados heridos y presionó por reformas que pudieran impedir pérdidas evitables. Por otro lado, las enfermeras en América Latina han propuesto, gestionado y participado de manera protagónica en múltiples campañas de salud pública, colaborado en movimientos sociales vinculados a la equidad de género y de otras minorías o grupos que han sido vulnerados en sus derechos e invisibilizadas por las macro estadísticas, pero que de igual manera merecen un vivir digno. En todas estas situaciones, el cuidado se convierte en señal y símbolo de resistencia frente a las inequidades sociales y la exclusión.

Si bien es cierto, pueden parecer simples gritos de disconformidad, son la manifestación gráfica de saberes críticos que funden las actividades del cuidado con las estructuras que lo moldean, y esto debe ser fomentado desde la formación de pregrado. Es por esto por lo que la sala de clases también es un espacio político, porque formar a los futuros profesionales no es solo enseñar procedimientos por repetición o memorización, sino que educar a pensar de manera crítica y a comprender que los errores delatan las debilidades del sistema más que las fallas individuales.

De igual forma, investigar desde la enfermería es ejercer política, porque estudiar y profundizar sobre la realidad, es producir la información para crear las estrategias requeridas que impulsen la equidad y la transformación de las realidades que rodean a los individuos.

La gestión del cuidado ejercida por la enfermería es política, porque cuidar es optar por los valores y principios bioéticos que se deben resguardar en todo momento y cuidar es optar por prácticas que deben ser priorizadas y así dar luchas que permitan el amparo de personas, familias y comunidades. Cada turno en el hospital o cada jornada en el CESFAM, cada clase, laboratorio, taller o práctica en la universidad, cada publicación científica se convierte en escenario donde entra en disputa el sentido de la salud y de la vida misma, porque Enfermería es política en acción. Y asumirlo no nos resta objetividad, nos otorga poder: el poder de transformar sistemas, la sociedad y el futuro.

Cuidar no es únicamente asistir: cuidar es, siempre, tomar partido contra la inequidad.