Durante las últimas semanas el debate político se ha centrado en un proyecto de ley para que los establecimientos por orden legislativa no puedan hacer exigible el uso del uniforme para el año 2021, fundamentado principalmente, en los alcances económicos que han tenido las familias debido a la pandemia y que es innegable. Sin embargo, no podemos olvidar que son atribuciones con las que ya cuentan los establecimientos educacionales desde el año 2009, y que pueden adoptar en conjunto con los organismos internos de los establecimientos, teniendo la facultad de eximir por un determinado tiempo el uso del uniforme.

Sin ir más lejos, la ley de inclusión señala que el estudiante, a pesar de no contar con el uniforme escolar puede participar de igual forma en todas las actividades educativas, no pudiendo ser expulsado, tomando en cuenta que el derecho a la educación es un bien superior y no puede estar condicionado a la vestimenta.

Más allá de la discusión legislativa y política que pudiera darse en torno al tema, es importante discutir qué significa el uso del uniforme escolar para las instituciones. Si lo analizamos desde el punto de vista de la semántica, tal como su nombre lo dice, es homogeneizar, es decir, todos vestidos por igual sin distinción, relacionandolo inmediatamente con la disciplina y el acatar normas impuestas por los establecimientos. Esto se ha mantenido en el tiempo con el fin de “evitar”, quizás, el sesgo social que podría producirse al eliminar el uso de una vestimenta tipo para todos los estudiantes.

Debemos recordar que la ropa genera una identidad propia y también social, es justamente en este último punto donde quisiera detenerme, estaremos dispuestos de aceptar a quien está a mi lado independiente de como se viste, del tipo de ropa que use o si usa la misma durante toda la semana. Con esta medida, de aprobarse, acrecentamos o disminuimos las diferencias sociales, la verdad es dificil saberlo, pero creo que es importante avanzar primero en principios fundamentales que están a la base de este cambio y que tienen relación con el respeto, la aceptación del otro, la no segregación e inclusión de todos en una comunidad educativa, si primero no somos capaces de avanzar en estos aspectos claves, tan importantes como una convivencia escolar que sea mucho más rica en términos de relaciones y respecto por los otros, difícilmente  aceptaré a la persona que está a mi lado tal cual es, independiente de qué ropa use.

Si nos comparamos con países como Finlandia, Alemania, España u otros, evidentemente existe una diferencia abismante, primero desde el gasto per cápita en educación que es aproximadamente tres veces más que en Chile y con un índice de precios al consumidor con un porcentaje mínimo en países Europeos (que sin duda haría dismunir el precio de la ropa). Más allá de lo señalado anteriormente, estoy convencido de que la discusión hoy debería estar centrada en tomar como modelo a países extranjeros, pero más allá del uso del uniforme, sino que más bien, desde el punto de la “arquitectura” educacional que tienen y como ese modelo puede servirnos de base para la nueva educación que se pretende lograr.