El trabajo infantil, un desafío social pendiente

La Organización Internacional del Trabajo, define el trabajo infantil como una mala práctica que debe erradicarse, pues vulneran los derechos establecidos en la Convención Internacional de los Derechos de los Niños de las Naciones Unidas.

Chile es actualmente el país de América Latina con menor porcentaje de niños y niñas que desarrollan trabajo infantil, pese a lo cual el panorama es desalentador: el mayor porcentaje de dicha población está inserto en el estrato socioeconómico bajo; no presentan buenos resultados académicos, desertando a su vez tempranamente del sistema escolar; destacándose que 47 mil niños, niñas y adolescentes realizan algún tipo de trabajo que afecta su desarrollo físico, mental y moral o, peor aún, vulneran sus derechos a la protección, de acuerdo a lo establecido en encuesta CASEN.

En nuestro país, el trabajo infantil, se establece como una problemática social que ha trascendido en diversas épocas; junto al capitalismo se ha difundido la idea de que el trabajo infantil es positivo si se ve como instancia de disciplina; manteniéndose dicho fenómeno social de inserción a temprana edad al sistema laboral con el objetivo de incrementar recursos económicos al sistema familiar en el cual se encuentran insertos. Lo cierto es que el trabajo infantil debe enmarcarse en el ámbito de las normas sociales que impone la familia para la creación de hábitos de responsabilidad, pero no como una actividad de sobrevivencia, ya que les restringe el derecho universal asociado a la educación, seguridad, recreación y esparcimiento.

Se hace necesario, por lo tanto, generar estrategias para desincentivar el trabajo infantil, articulando y potenciando las instituciones educativas y familiares, generando sinergia entre éstas con el objetivo de promover en la población infanto adolescente el acceso a mayor educación tanto técnico profesional como universitaria. Es preciso crear conciencia de que la educación a nivel superior es un real trampolín de movilidad social y bienestar económico, considerando que existe relación directa entre años de estudio y acceso a mejores actividades laborales remuneradas.

Debemos trabajar en la ampliación de las expectativas y aspiraciones en la educación formal, como herramienta que genera una mejor calidad de vida a nivel individual y familiar, contribuyendo desde esa instancia a fortalecer aspiraciones convencionales asociadas el desarrollo propio del individuo.

La familia y la escuela, como agentes socializadores, deben estar fuertemente mancomunados, potenciando la premisa según la cual, a mayor adherencia a educación formal, mayor acceso a empleos de mayor calificación. Como sociedad debemos potenciar el desarrollo integral de los niños, niñas y adolescentes, el acceso a bienes y servicios de acuerdo a su etapa de desarrollo, generando estrategias de acción que favorezcan directamente la protección de esta población infanto adolescente chilena.