Los albores del siglo XXI se tiñen de violencia, que en el año 2001 adoptó una forma singular de materialización. Con el ataque del 11-S en EE.UU., aparecía en escena la denominada amenaza asimétrica con motivación de extremismo religioso, inaugurada por Al Qaeda.

No sorprenden noticias de atentados terroristas en Medio Oriente o África Árabe. Pareciera que asumimos que en esa parte del mundo la violencia es inherente a su cotidianeidad. Sin embargo, cuando vimos los atentados en Estrasburgo y Melbourne, pareciera que nos impacta con mayor profundidad, asumiendo que la inocencia no se da de la misma manera.

Los asesinatos en Nueva Zelanda y Holanda, cometidos por un australiano de 28 años y un turco de 37, respectivamente, ponen de manifiesto que estamos viviendo tiempos muy violentos. Individuos profundamente anómicos y resentidos con las comunidades donde habitan no dudan en atacar a personas inocentes, revistiendo su acción en hipotéticas teorías raciales o radicalismos religiosos, transformando sus vidas sin sentido en acciones de un “lobo solitario”.

El primero de ellos, un supremacista blanco e islamófobo, atacó mezquitas en momento de oración: 50 personas muertas. Acción terrorista que, además, transmite en vivo a todo el mundo, cual zaga de videojuego. El segundo, por su parte, despliega su artero golpe en un tranvía. Ambos casos fueron golpes a la inocencia: que nadie se sienta seguro.

Nuestro tiempo es de híper información y conectividad, virtualidad y redes sociales omnipresentes, alta inmediatez y obsolescencia en todo, incluyendo las relaciones humanas. Falta de respeto en el sentido de la distancia para apreciar las cosas.

La soledad y desconexión familiar y comunitaria aparece como un rasgo común de sujetos que acometen este tipo de actos, y accesos ilimitados a mundos virtuales en donde pueden obtener acceso a todo tipo de armas y artefactos, como también a las más delirantes teorías para sustentar su irracionalidad.

Siglo XXI que comenzó mal y se ha ido acrecentando la división, la desconfianza y el aislacionismo, en sentido contrario a la integración. Urge recomponer espacios de convergencia, confianza y acuerdos para evitar el terrorismo y el daño a las personas.