El territorio más allá del territorio

Hace un par de semanas estuve visitando la Escuela Volcán Llaima de la comuna de Melipeuco, en la región de La Araucanía, en el marco del programa 1000 científicos 1000 aulas, que impulsa Explora Conicyt, con el fin de acercar el quehacer de los “científicos” o en mi caso, investigador social, a la comunidad escolar en su amplio espectro. Mi decisión de asistir a esta comuna (a unos 95 km de distancia de Temuco y a unos 257 km de Los Ángeles-lugar donde trabajo-) fue precisamente la de descentralizar el conocimiento y compartir experiencias con estudiantes de octavo año de una comuna que lejos de ser apacible y tranquila, está llena de conflictos territoriales y socioambientales (algo ya común en la región).

Ahora, el título de esta columna está relacionada precisamente con el tema principal que conversamos en esa ocasión. ¿Qué hace un psicólogo hablando de territorio? Esa pregunta se la hacen todos quienes me preguntan qué hago. Yo, respondo siempre lo mismo: me interesa comprender cómo el territorio –o más bien- los lugares, impactan en nuestras formas de habitar y apropiar el espacio y de eso es lo que hablamos en aquella ocasión.

Hicimos una actividad de mapeo colectivo, con el fin de explorar cómo ellos representan o imaginan su territorio, pero ¿por qué el territorio va más allá del territorio?

Mi argumento va de la mano con la crítica a las nociones estáticas e invariables comúnmente usadas sobre el concepto de territorio, vale decir, a la incorporación de tres componentes esenciales para su conceptualización: un agente, una acción y una porción de superficie terrestre. Esto, fácilmente extrapolable a la comuna de Melipeuco, a su jurisdicción y a su control sobre este por parte del Estado, es decir, la objetualización del espacio y su utilización con fines productivos.

Lo que sostengo es que, de la mano de las aproximaciones derivadas de la propia psicología ambiental y de la geografía humana, el territorio va más allá de la materialidad. Este está compuesto de experiencias, de complejidades, se superponen, son multiescalares, es decir, el territorio es un proceso en sí mismo, que va cambiando y se va construyendo a través de las prácticas de quienes lo habitan y lo transforman. Estas mismas prácticas permiten apropiarse e identificarse con los lugares, generando un vínculo afectivo con los espacios cotidianos.

Esto lo entendieron mucho más los niños de Melipeuco, quienes en la actividad de mapeo colectivo que hicimos, me enseñaron cómo su territorio es más que el mapa y los límites comunales. Su territorio comprende sus relaciones, el bosque, el Parque Nacional Conguillio, la Reserva Nacional China Muerta, sus lagunas, sus araucarias, sus “huellas” por las que cruzan el campo para llegar a la escuela cada día, ese era su territorio.

Para ellos y ellas, las CENTRALES DE PASO, LAS PISCICULTURAS Y LA CONTAMINACIÓN DE SUS RÍOS, no eran su territorio.