¿Qué?, ¿que el Papa Francisco viene a verme a mí?, ¿y por qué a mí si ni siquiera lo he invitado?…

Quizás nos lo hemos preguntado más de una vez a medida que se acerca el día de la tan anunciada visita del Papa a Chile. El peso que en los medios de comunicación ha tenido la financiación de este evento, que, si lo pensamos bien, es algo obvio por tratarse de la visita de un jefe de estado, ha opacado el hecho de que esta visita tiene realmente una finalidad que tiene que ver con cada uno de los que vivimos en este país. A veces los temas estructurales tapan la realidad misma. Por eso quiero nos planteemos el hecho en sí mismo, así de desnudo: más allá de las circunstancias de todo evento masivo, como los que viviremos del 15 al 18 de enero en Santiago, Temuco e Iquique, hay algo muy sencillo: viene a vernos alguien un poco especial para traernos un mensaje, y para impulsarnos en la esperanza de un camino.

El que viene no es cualquiera. Es el sucesor de Pedro. ¿Y quién es Pedro? Pedro fue aquel apóstol al que Cristo le encargó la misión de cuidar y pastorear el rebaño de sus seguidores, de su Iglesia. En esta línea, nunca interrumpida, el Papa Francisco es el sucesor número 266. Y como parte de su misión de pastor de la Iglesia universal también visita a sus “ovejas”, por lo que de vez en cuando toma el avión –sería ridículo ir en burro o en barco con los adelantos actuales- para encontrarse con su rebaño disperso por el mundo entero, y de esa manera orientar, alimentar, fortalecer, cuidar y hasta sanar a las enfermas o accidentadas. Por eso el lema de su visita a Chile: “Mi paz les doy”, no son unas palabras suyas, sino del mismo Cristo Que le envía. Más allá de sus cualidades personales y de país de origen, sabe que es transmisor de un mensaje y de una vida sobrenatural que ha de custodiar y recordar. Por eso también viene como peregrino de la vida y de la paz: la vida de cada uno de sus hijos y de todos los hombres, desde su dimensión básica, de la que brota su dignidad, hasta su máxima plenitud, la vida de amistad con Dios: su gracia; y la paz, la que nace de la justicia y del reconocimiento del valor de cada uno, empezando por Dios, del que todo bien procede.

También viene a verte para recordarnos que somos peregrinos camino de la patria celestial, pero que no debemos desentendernos de lo cotidiano sino aportar responsablemente con nuestros dones y cualidades al verdadero bien común. De ahí que reiteradamente haya hablado de ecología integral y del cuidado de la casa común, y no deje de llamarnos a tomarnos en serio esa tarea. Por eso cada grupo debiera poder traducir esa llamada a la responsabilidad en acciones concretas que promuevan el bien y el progreso de Chile y del mundo.

Viene a recordar el mensaje esencial de Cristo: el amor y misericordia, que, una vez acogida, nos transforma la vida y perfecciona la libertad. Eso se traduce en ciertas pautas y exigencias morales, pero sólo después del encuentro liberador con Cristo, no antes, pues sería edificar la casa por el tejado y no por los cimientos. Encuentro que nos llena de alegría y de deseo de llevar a otros el regalo de la fe en Cristo, que no es otra cosa que el apostolado. En la medida en que viva a Cristo, lo llevaré con alegría a los demás, no podré no hacerlo, como decía san Pablo.

Lo que nos viene a traer es muy importante; por eso es bueno que podamos detener por un momento al menos los afanes del día a día para que salga a la luz lo que da sentido a la vida, lo esencial. Sin la vivencia de ese amor de Dios por mí y por cada uno, ¿cómo podremos edificar proyectos de vida para el amor y para el bien común, capaces de revertir el egoísmo originario que brota desde dentro tantas veces? La meta es elevada y tenemos los medios naturales y sobrenaturales para lograrla, pero hemos de querer emplearlos y dejarnos ayudar. “Mi paz les doy”, es recordarnos que sólo en Cristo podemos vivir en verdadera armonía con nosotros y con los demás, pues sólo Él ha vencido el egoísmo, el pecado y la muerte. El mensajero que nos lo viene a recordar llega dentro de unos días y vale la pena abrir el corazón a sus palabras y gestos.

30 años después de la visita del gran peregrino Juan Pablo II, hoy santo, bien este otro Papa que viene a vernos para recordarnos lo mismo: lo esencial de la vida.