Chile acaba de firmar del Acuerdo de Paris (COP 21), que tiene como objetivo intentar que el aumento de la temperatura del planeta, debido al incremento de gases de efecto invernadero (GEI), no alcance los 2ºC. Por lo mismo, este acuerdo climático pretende avanzar rápidamente en la mitigación de las emisiones de GEI.

Chile se ha comprometido a reducir sus emisiones en un 30% al año 2030. Pero, ¿es posible reducir las emisiones de CO2 sin afectar la economía? Debatir en torno a esta pregunta es crucial para nuestro país, donde se asume que el desarrollo social depende en gran medida del crecimiento económico, y que para que éste siga expandiéndose, requiere usar la energía proveniente del combustible fósil, pero no es tan así.

Un alto índice de desarrollo humano (HDI) se alcanza a niveles moderados de uso de energía y emisiones de CO2, sin embargo, este desacople entre uso de energía y emisiones requeridos para satisfacer las necesidades humanas, necesita una distribución equitativa de los recursos. Similares conclusiones se alcanzan explorando la relación entre emisiones de CO2 versus expectativa de vida, donde Chile se ubica en la “esquina Goldemberg” (países con una expectativa de vida mayor a 70 años y emisiones per cápita de CO2 menores a una ton.). De hecho, para el periodo 1990-2005 ocurrieron importantes reducciones en las emisiones de CO2 de Chile, mientras que la expectativa de vida aumentó en forma sostenida. Esto muestra que la trayectoria económica y desarrollo social que ha seguido Chile es compatible con bajos niveles de emisiones y que aumentarlos no contribuirá necesariamente a subir nuestros estándares de vida.

Dado que en el escenario global nuestra contribución de GEI es casi marginal, Chile tiene una gran oportunidad para mejorar su posición dentro de la esquina Goldenberg. Esto requerirá de reevaluar nuestros supuestos acerca de la relación entre uso de energía, emisiones y bienestar común.