De vuelta al trabajo ¿a cuál de todos?

El reciente fin de semana, el presidente Piñera anunció una vuelta gradual al trabajo en medio de medidas que su gobierno tomará para incentivar el empleo y el cuidado de la salud de los chilenos. Por ahora, hay gran expectación de parte del empresariado y franco rechazo por las organizaciones sindicales y agrupaciones de trabajadores, que ven en esa iniciativa un nuevo flanco de inseguridad ciudadana.

Mucho se ha comentado acerca de la importancia del cuidado en estos días. En una entrevista que realizó el profesor M.A. Garretón, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, a su mentor, el sociólogo francés Alain Touraine, se abordó la cuestión del cuidado. En esa oportunidad, el francés sostuvo que Europa transita desde una sociedad masculina a una femenina, lo que supone una liberación que viene de manos de las mujeres, y conduce a un derrumbe de la razón individual y una recomposición de los afectos, con la consiguiente llegada de la sociedad del cuidado.

La premisa del francés es puesta a prueba cuando se analiza la experiencia de conciliación de la vida laboral y familiar de la población trabajadora independiente y su nivel de satisfacción. Podemos decir que su propuesta responde a la evidencia europea de patrones de comportamiento más igualitarios entre los sexos ante el trabajo doméstico y de cuidado y los mayores niveles de satisfacción con la conciliación, producto de una mayor autonomía y flexibilidad en comparación con los dependientes.

Chile se acerca a ese resultado y, al mismo tiempo, se aleja del obtenido por otros países latinoamericanos, donde los trabajadores independientes se muestran menos satisfechos por el menor disfrute de garantías y beneficios si los comparamos con los dependientes. La encuesta chilena del uso del tiempo levantada hace varios años indica que las trabajadoras independientes destinan mayor cantidad de tiempo de cuidados en un día de semana y declaran estar más satisfechas con el equilibrio trabajo/familia, en comparación con las dependientes. Eso hasta antes de la crisis sanitaria. Por ahora no disponemos de datos sobre la carga de trabajo que realizan las mujeres en este nuevo contexto.

Se ha planteado que el confinamiento como salida sanitaria conlleva una intensificación de la experiencia de conciliación para la población trabajadora y, entre las mujeres, a una exaltación del deber doméstico e identificación de la carga de trabajo, muy superior al asumido por sus parejas trabajadores. En los tiempos actuales, la tesis de la construcción de las mujeres como sujetos con derecho a decir “yo”, que levanta el cuidado de sí misma, y toma decisiones sobre éste, en definitiva, que reivindica socialmente el cuidado, se tensiona cuando las trabajadoras, especialmente, las independientes microemprendedoras se preguntan sobre, o retoman el mandato doméstico.

Todas las voces públicas afirman que el fantasma del desempleo asociado a la falta de recursos económicos se hará real o acechará más frecuentemente a los independientes y, por ende, afectará a las microemprendedoras. En este contexto, ¿qué tipo de decisiones pueden tomar las microemprendedoras sobre la carga de trabajo doméstico y de cuidado que realizan?, ¿pueden mantener o afianzar decisiones favorables a una distribución más equitativa del trabajo en sus hogares cuando la subsistencia se pone en juego?

Si ellas realizan mayor cantidad de trabajo doméstico y de cuidado de toda la población trabajadora, ¿seguirán sintiéndose más satisfechas que el resto, cuando sus condiciones materiales se vuelven inestables y aún más precarias? Nuevamente las feministas levantan la voz para denunciar la situación apremiante que viven las mujeres vulnerables en medio del confinamiento y, en este caso, confirman la idea de que las mujeres hacen más trabajo doméstico y de cuidado y, por tanto, están más expuestas a vivir una sobrecarga física y emocional por este trabajo.

Pareciera ser que el argumento de la subjetividad y construcción del sujeto mujer se ha convertido en el “cajón de sastre” que alberga cualquier acción con sentido reivindicativo, relevando elementos de empoderamiento y autonomía femenina, y relegando a un lugar secundario el surgimiento de demandas situadas desde la cotidianeidad y la singularidad de la experiencia. También resta importancia a las interacciones (complementarias, antagónicas o competitivas) relativas a la conciliación de la vida laboral y familiar, lo que pone en entredicho el real avance de las mujeres.

El trabajo doméstico y de cuidado sigue siendo la piedra de tope del mentado empoderamiento y autonomía, no para el grupo de profesionales y empleadoras que ha logrado traspasarlo a las mujeres pobres, sino para la gran mayoría de trabajadoras, incluyendo a las microemprendedoras.

La satisfacción de las independientes europeas asociada a la autonomía y la flexibilidad laboral radica en la posibilidad de complementar un ingreso principal proveniente de la pareja y combinar ambos trabajos. En el caso de las chilenas, aún se desconoce las razones por las que las independientes, incluyendo a las microemprendedoras, declaran mayor nivel de satisfacción. Lo que está claro es que en tiempos de confinamiento la satisfacción por la conciliación tambalea debido a la carga de trabajo, la escasez de recursos económicos y la mayor incertidumbre, sin que las mujeres dispongan de otra salida para aliviarla que estar en casa.

La situación de descontento que viven las microemprendedoras por la merma de sus ingresos y el desempleo junto con la ejecución del trabajo doméstico y de cuidado puede generar un ejercicio reflexivo individual o una revuelta íntima, que se convierte en queja sorda o conflicto familiar. Algunos pensarán que es una oportunidad para empoderarse dentro del hogar, exigir una redistribución del trabajo y disponer de tiempo personal. Si somos optimistas, estas mujeres tomarán consciencia de su carga de trabajo y se rebelarán abiertamente contra ella; y si somos más realistas pensaremos que ellas realizarán pequeñas resistencias valoradas subjetivamente, sin que se modifique sustantivamente su posición al interior de la familia.

Es probable que en medio de la crisis, estas mujeres busquen una salida donde prioricen la resolución de su problema principal –  la obtención de recursos económicos- y echen mano a sus recursos personales para aliviar la carga de trabajo doméstico y de cuidado. En este contexto, poco queda de la presencia de una mujer convertida en sujeto y dueña de sus actos, sino más bien, surge una figura que recurre a los recursos que ya conoce para enfrentar la adversidad e incertidumbre. En otras palabras, este grupo de trabajadoras recurrirá a estrategias que alivien su situación, ya sea reforzando el mandato doméstico o rebelándose en rencillas que potencian el conflicto. Nuevamente las salidas a la conciliación trabajo/familia son limitadas y queda en evidencia que este sigue siendo un problema socialmente considerado como privado.

Por lo anterior, el llamado del presidente a volver al trabajo para mover la economía confirma el olvido en el que siempre ha estado el trabajo doméstico y de cuidado, considerado un no trabajo. Para algunos grupos seguirá siendo secundario y por el que solo puede percibirse un estipendio menor, que complemente el ingreso principal. Es probable que la alta satisfacción por el equilibrio trabajo y familia que mostraron ahora las independientes responda más bien a una mirada tradicional de la familia y al lugar que en ella ocupan las mujeres, que a un real empoderamiento y búsqueda de autonomía, como lo apuesta la tesis de la sociedad del cuidado. Por ahora, las revueltas y resistencias a la inequidad de la repartición del trabajo doméstico y de cuidado que puedan realizar las microemprendedoras quedarán supeditadas a alcanzar ingresos o disminuir su inestabilidad, a la espera de tiempos mejores.