La COP25 comenzó con un énfasis en la urgencia que la ciencia le da a la toma de decisiones para mantener la temperatura del planeta establecido en el Acuerdo de París. Los objetivos de la COP25 eran complejos y se enmarcan en un periodo en el cual parecía que los líderes políticos le contarían al mundo cómo, mediante acciones ambiciosas y guiados por la ciencia, lucharíamos contra el cambio climático. Pero, el entusiasmo pronto bajó de tono. El lanzamiento de dos reportes del IPCC sobre “Tierra” y “Océanos y criósfera” fueron -diplomáticamente- “notados”, agradeciendo el aporte de los científicos, pero no fueron “bien recibidos “. Tampoco se logró establecer reglas para el mercado de carbono, ni acuerdos en cómo apoyar financieramente a países que sufrirán daños irreversibles y a los cuales no se podrán adaptar. Esto se posterga para junio del 2020, año en que los países deben comenzar a ejecutar los compromisos del Acuerdo de Paris. ¡Faltan dos semanas!

Para Chile, este horizonte es crítico, dado que su vulnerabilidad al cambio climático implica la necesidad de construcción de capacidades humanas y de infraestructura de sectores sociales y productivos. Pero, el equipo negociador chileno cumplió con la “COP Azul”, logrando incluir -por primera vez- al “Océano” en el texto de las negociaciones y será parte de la próxima declaración de contribuciones (NDC) de varios países. Dada la relevancia del océano, en cuanto a la regulación del clima, la biodiversidad, aporte de servicios ecosistémicos y su interacción con el sistema terrestre, su inclusión en las futuras COP y las negociaciones es un nuevo escenario que Chile y el planeta no tenían hace dos semanas atrás. No obstante, el sentido de urgencia prevalece, y la ciencia no debe rendirse ante las postergaciones, sino potenciarse frente a los avances.